Octavio Rodríguez Araujo
El Movimiento
Regeneración Nacional llegó a las elecciones pasadas con menor fortaleza
de la que exigían las circunstancias. Si hubiera sido un movimiento
consolidado no se habrían dado casos de fugas significativas que incluso
le levantaron la mano a un candidato del PRI a gobernador de un estado.
No quiero decir que fenómenos como el mencionado no se hayan dado
también en los partidos de izquierda, supuestamente más disciplinados
que un movimiento social, pero como que se esperaba más de quienes,
además de participar en Morena, decían estar con López Obrador y
terminaron por traicionarlo.
Después de las elecciones, y sobre todo de los resultados, Morena
tiene la posibilidad de fortalecerse en su propia pista sin depender de
los partidos con los que compartió los apoyos a la candidatura de AMLO.
En el proceso comicial el movimiento fue tratado como un no partido
(pues, ciertamente, no lo es, ni tiene personalidad jurídica ante el
IFE), es decir, como el primo pobre y marginal de la alianza.
Sin el peso de la coyuntura electoral es posible que Morena pueda
encontrar en el camino mejores adhesivos que en los meses pasados y,
además, sin las contemplaciones que necesariamente se tenían que
mantener con los partidos existentes. En el presente los partidos del
Movimiento Progresista y Morena parecen correr por carriles propios que,
esperamos, no sean necesariamente paralelos. El país necesita de las
izquierdas, de preferencia complementándose.
Por lo que he leído en Regeneración, hay un plan de
organización muy cuidadoso, que no quiere dejar nada al azar. La idea es
formar el movimiento de abajo hacia arriba para que en un momento dado
los delegados, elegidos democráticamente en muchos lugares del país,
decidan si el movimiento continúa como tal o se convierte en partido
político.
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