John M. Ackerman
Después de dos
traslados pacíficos del poder presidencial en 2000 y 2006, la violencia
política ha retornado. El primero de diciembre docenas de jóvenes fueron
brutalmente reprimidos por la fuerza pública, y dos activistas
pacíficos, Uriel Sandoval y Juan Francisco Kuykendall, gravemente
lesionados. El primero perdió un ojo y el segundo parte de su cerebro,
ambos heridos por la violencia ejercida por la Policía Federal.
Asimismo, las detenciones arbitrarias y la incapacidad de la policía
capitalina para proteger negocios y monumentos revelaron el estado de
desprotección en que nos encontramos los habitantes de la ciudad de
México. La liberación de algunos presos políticos ayer no modifica en
absoluto los agravios cometidos.
Recordemos cómo en 1988 fueron asesinados dos colaboradores de alto
nivel del entonces candidato presidencial, Cuauhtémoc Cárdenas, cuatro
días antes de las elecciones presidenciales. Francisco Ovando y Román
Gil habían construido una red nacional para recolectar los resultados
electorales el día de los comicios. Gracias a su muerte fue más fácil
para Carlos Salinas orquestar el fraude que cancelaría la posibilidad de
una alternancia hacia la izquierda en aquel año.
Seis años después, el 23 de marzo de 1994, el candidato presidencial
del PRI, Luis Donaldo Colosio, fue asesinado a sangre fría a plena luz
del día. La tensión entre el presidente Salinas y el candidato Colosio
había aumentado desde el nombramiento de Manuel Camacho como comisionado
para la Paz en Chiapas, lo cual permitió al ex regente capitalino tener
más reflectores que el candidato presidencial. Dos semanas antes de su
fallecimiento, Colosio había marcado su distancia de Salinas en un
simbólico discurso en el Monumento a la Revolución. No pocos cronistas e
historiadores han señalado que con ese pronunciamiento público, Colosio
firmó su sentencia de muerte.
Las elecciones presidenciales de 2000 y 2006 no fueron de ninguna
manera ni pulcras ni equitativas. En 2000, tanto el candidato del PRI,
Francisco Labastida, como Vicente Fox recibieron enormes cantidades de
dinero de manera ilegal. Si bien el IFE impuso multas históricas en los
casos de Pemexgate y Amigos de Fox, nunca se llegó al fondo de
las telarañas de financiamiento ilícito y la mayoría de los responsables
quedaron impunes. Hoy, por ejemplo, Carlos Romero Deschamps, líder
petrolero y uno de los principales responsables del Pemexgate, despacha cómodamente desde una curul en el Senado.
La elección de 2006 también estuvo marcada por las graves
irregularidades que todos conocemos. Hubo una intervención indebida
desde la Presidencia de la República, una campaña mediática calumniosa
financiada ilegalmente por el sector privado y un total desaseo en el
conteo de los votos. El dato más indicador es que a la fecha los
ciudadanos aún no hemos podido revisar la papelería de aquellas
fatídicas elecciones.
En 2012 nos encontramos ante una macabra síntesis de las
viejas y las nuevas formas para defraudar la voluntad popular y
violentar la democracia.
Uriel Sandoval, Juan Francisco Kuykendall y las docenas de activistas
que fueron arbitrariamente detenidos y encarcelados son hoy lo que
fueron Ovando y Gil en 1988 y Colosio en 1994: víctimas de un sistema
político que está dispuesto a cualquier cosa con tal de no perder su
control sobre las palancas del poder. Hubo una clara sed de venganza.
Alguien tuvo que pagar por la insubordinación de los jóvenes del
movimiento #YoSoy132.
Como complemento, tenemos unos días después el carpetazo anticipado
del IFE de los casos de Monex y Soriana. Y por su destacada labor en la
protección de los potentados, la magistrada María del Carmen Alanís
recibe de manos de Enrique Peña Nieto un anillo de diamantes como
la mujer del año.
Hace falta repudiar sin regateos la violencia porril ejercida por los
grupos de choque muy probablemente auspiciados desde las más altas
esferas del nuevo gobierno federal.
Esa vieja estrategia de los halcones la conocemos bien desde
1971. También es importante señalarles a los pocos jóvenes que
auténticamente creen en métodos violentos de lucha, que esa senda está
destinada al fracaso y que además pone en grave riesgo la integridad
física de sus compañeros y amigos pacifistas.
No se debe nunca dar pretextos a la autoridad para cancelar el derecho constitucional a la libre manifestación pacífica.
Hay, sin embargo, buenas noticias. Primero, se demostró la enorme
fuerza de las redes sociales y las cámaras ciudadanas como instrumentos
para la autodefensa popular. A partir de hoy, no puede haber protesta o
acción ciudadana sin una comisión formal a cargo de grabar desde todos
los ángulos posibles. Así se podrá evitar tanto la infiltración de los
saboteadores como las detenciones arbitrarias. Con estas protecciones,
los jóvenes podrán vencer el miedo e inundar de nuevo las calles para
continuar defendiendo sus muy justificadas demandas para la total
renovación de la clase política nacional.
La otra buena noticia es que Marcelo Ebrard termina hundiendo toda
posibilidad para recibir el apoyo de la izquierda en 2018. Cada vidrio
roto el pasado primero de diciembre se debe a una imperdonable falla en
la vigilancia de sus policías. Y cada joven detenido injustamente fue un
imperdonable agravio a la ciudadanía por parte de su gobierno.
Muchos ya lo sabíamos, pero hoy como nunca queda claro que Ebrard es
igual de represor y cínico que Peña Nieto. Si quiere contender por Los
Pinos, que lo haga por donde le corresponde: el PRI. #1DMX no se olvida
#TodosSomosPresos.
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