MÉXICO, D.F. (apro).- Para algunos jóvenes, los 12 años que el PAN
estuvo en el gobierno quizá les impida tener claro cómo fue la forma de
gobernar del PRI durante su reinado de 71 años, pero en las primeras
horas de su regreso presidencial podrán haberse dado cuenta claramente
de esas maneras con las cuales se mantuvo tanto tiempo en el poder: por
una parte, con la cara negociadora ante los grupos de poder, y por otra,
con la mano represiva hacia los movimientos sociales que nunca le han
gustado y mucho menos aceptado.
Durante estas siete décadas el PRI
desarrolló diversas estrategias con las cuales fue capaz de llegar a
acuerdos con todos los grupos de poder: Iglesia, empresarios, medios de
comunicación, crimen organizado, sindicatos, grupos armados, partidos y
agrupaciones políticas.
Como negociador en el poder supo ofrecer
lo que las partes necesitaban para mantenerse, pero estableciendo los
límites de influencia a cada una de ellas.
Por ejemplo, al
narcotráfico le dio los espacios necesarios para que desarrollaran el
negocio de cultivar y comercializar mariguana, goma de opio y cocaína a
cambio de no violentar la vida social. Así funcionó hasta la llegada del
PAN, que rompió los antiguos acuerdos y fracasó en sus propias
negociaciones.
Otro ejemplo es el de Carlos Salinas de Gortari,
quien le dio a la Iglesia católica el reconocimiento legal después de
más de medio siglo de relaciones cortadas, pero acotó su influencia
política prohibiendo que tuvieran un partido o candidatos a puestos de
elección popular. Mientras tanto, a Carlos Slim le vendió Telmex, la
base de su imperio, que hoy solo tiene como límite las mayores ganancias
en cualquier parte del mundo.
Antes, Gustavo Díaz Ordaz asumió la
carga histórica de la matanza en Tlatelolco limpiando de cualquier
responsabilidad al Ejército, mientras que Miguel Alemán le dio a la
incipiente Televisa las licencias para explotar el espectro público del
que ahora es dueño y señor Emilio Azcárraga Jean.
En los años 70,
Luis Echeverría cambio las leyes electorales para darle cabida legal a
la lucha de decenas de grupos guerrilleros, y una década después Salinas
le reconoció al PAN sus primeros triunfos en el norte y centro del
país, negociando con Vicente Fox la gubernatura de Guanajuato, y luego
en 2000 el panista los sorprendió ganando la elección presidencial.
Ernesto
Zedillo rescató de la crisis financiera a los bancos con el Fobaproa y
el IPAB, dándoles millones de dólares y permitiendo que se violara la
Constitución, apoyado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación,
quien autorizó el anatocismo, esto es, la usura, el cobro de intereses
sobre intereses a miles de familias que perdieron autos, casas,
departamentos y los ahorros de su vida.
Y mientras tendía lazos y
establecía acuerdos y pactos con los grupos de poder, en las calles,
barrios, comunidades y pueblos el PRI usó la mano dura contra todo
movimiento social, campesino, indígena, sindical y estudiantil.
En
las décadas de los cincuenta y sesenta reprimió el movimiento de los
ferrocarrileros y médicos que salieron a la calle a buscar mejores
prestaciones sociales. Luego, en 1968, lanzó al Ejército para aplastar
al movimiento de los estudiantes en la plaza de Tlatelolco. Más tarde,
en 1971, arrojó a las brigadas paramilitares “Los halcones” contra los
estudiantes de la Normal Superior.
Durante las décadas de los
sesenta, setenta y ochenta persiguió a los grupos guerrilleros que, ante
la imposibilidad del cambio por la vía legal, tomaron las armas. Mil
quinientas personas desaparecieron en la llamada guerra sucia, y a los
responsables los dejaron libres a pesar de las pruebas que se tenían en
su contra, como al general Arturo Acosta Chaparro.
Con el poder
hegemónico, los priistas hicieron de los delitos de disolución social,
motín y terrorismo la mejor excusa para la represión social y la
desaparición forzada.
Hoy que regresa al poder, después de una
ausencia de dos sexenios, parece que las cosas no han cambiado (perro
viejo no aprende nuevos trucos, dice un refrán popular). Nuevamente el
PRI tiene el control de los medios de comunicación y la jerarquía
católica está de su lado, los mismo que empresarios y la mayoría de los
gobernadores.
Por eso, a pesar de que Enrique Peña Nieto se maneja
con un discurso conciliador y democrático, en los hechos se presentó
con la vieja manera de gobernar de su partido: con el garrote y la mano
dura contra las movilizaciones y protestas sociales, y la negociación y
pactos con los grupos de poder.
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