lunes, 9 de junio de 2008

Provocaciones y pretextos para la guerra imperialista




Traducido del inglés para Rebelión por S. Seguí


En una democracia imperialista, la guerra no puede declararse con un simple decreto presidencial; exige el consentimiento de unas masas fuertemente motivadas y dispuestas a aceptar los sacrificios humanos y materiales que conlleva. Los líderes imperialistas tienen que crear sentimientos de injusticia y moralidad visibles y de gran carga emocional a fin fomentar la cohesión nacional y superar la oposición natural a las muertes tempranas, la destrucción y la perturbación de la vida civil, así como la brutal militarización que acompaña a la sumisión al dominio absolutista por parte de los militares.

La exigencia de inventarse una causa es particularmente evidente en los países imperialistas, por cuanto su territorio nacional no está amenazado. No hay un ejército de ocupación a la vista que oprima a las masas del país en su vida cotidiana. El enemigo no perturba la vida normal de cada día, como lo haría el reclutamiento forzoso. ¿Quién estaría dispuesto, en tiempo de paz, a sacrificar sus derechos constitucionales y su participación en la sociedad civil hasta sujetarse a una ley marcial que impidiera el ejercicio de todas sus libertades civiles?

La tarea de los gobernantes imperiales consiste en inventarse un mundo en el que el enemigo que vayan a atacar –por ejemplo, una potencia emergente como Japón— sea presentado como un invasor; o cuando se trate de movimientos revolucionarios –los comunistas chinos o coreanos— en guerra civil contra un gobernante satélite del imperio como un movimiento de agresión; o bien como una conspiración terrorista vinculada a movimientos antiimperialistas o anticoloniales islámicos o laicos. Las democracias imperialistas del pasado no tenían necesidad de consultar a las masas o de ganarse su apoyo en sus guerras expansionistas; contaban con ejércitos voluntarios, mercenarios y súbditos coloniales dirigidos y mandados por oficiales coloniales. Sólo con la confluencia del imperialismo, de las políticas electorales y de la guerra total surgió la necesidad de conseguir además el consentimiento y el entusiasmo que permitan llevar a cabo el reclutamiento masivo y obligatorio.

Dado que todas las guerras imperiales de Estados Unidos se han librado en ultramar, – lejos de cualquier amenaza de ataque o invasión— los gobernantes estadounidenses se hallan ante la particular tarea de conseguir un casus belli inmediato, espectacular e hipócritamente defensivo.

Con este objetivo, los presidentes de EE UU han creado circunstancias, inventado incidentes y actuado en complicidad con sus enemigos, a fin de excitar el belicoso temperamento de las masas en favor de la guerra.


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