martes, 15 de julio de 2008

Calderón y sus mafiosos

Alvaro Delgado

Se denomina capo al jefe de una organización mafiosa y ese es, precisamente, el nombre que le da Manuel Espino a cada uno de los miembros del grupo compacto de Felipe Calderón, una imputación que revela el nivel de la disputa interna en el Partido Acción Nacional (PAN), pero que implica -también- conductas delincuenciales de la facción gobernante.

Tildar de “capos” a miembros de su propio partido no parece ser un acto irreflexivo de Espino -político profesional que conoce lo que significan las palabras-, sino resultado de una decisión deliberada, que inequívocamente alcanza a Calderón: El jefe de jefes de la facción del PAN que se autodenomina “calderonista”.
Pero si son de interés público las revelaciones que hace Espino sobre los “capos del calderonismo” en su libro Señal de alerta. Advertencia de una regresión política -como el ilegal espionaje a que fue sometido antes de la toma de posesión de Calderón y cuyos detalles ahora se tratan de ocultar mediante un operativo instrumentado desde el gobierno federal-, lo son también las imputaciones que hace sobre la concertacesión de Calderón con el senador Manlio Fabio Beltrones, a su vez el jefe de facto en el PRI.
Espino, quien llegó a la presidencia del PAN en marzo del 2005 luego de que se observaron “actitudes sesgadas y comportamientos subrepticios que en nada corresponden con las normas de transparencia” del PAN -como dijo el burocratizado prócer Luis H. Alvarez-, y echado del cargo por los “capos del calderonismo” antes de concluir su periodo, alerta sobre los “arreglijos” de Calderón y Beltrones, cuya connivencia actualiza la complicidad que, desde 1988, se estableció entre Carlos Salinas y, justamente, “don Luis”.
A lo largo de las 213 páginas del libro, Espino intercala su experiencia como enviado del CEN del PAN presidido por Calderón a Sonora, a partir de 1996 --donde Beltrones gobernaba con métodos que ahora repudia, como el espionaje--, con la que tuvo como presidente de su partido y los continuos choques con los “capos del calderonismo”, entre ellos Juan Camilo Mouriño, y Germán Martínez, que prevalecen hasta ahora.

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