Luis Linares Zapata
El gobierno federal decidió emplear el que juzga es su armamento pesado en la batalla por el destino que, finalmente, se dará al petróleo: una intensa, costosa, falsaria campaña de propaganda. Para inclinar la balanza a su favor no ha dudado en saturar al máximo los espacios televisivos y radiofónicos. De esta trillada manera, el señor Calderón y adláteres se lanzan a una compulsiva aventura para cooptar la mente de los mexicanos. Quiere, no sin la angustia concomitante a la ruta elegida, que el pueblo respalde su entreguista propuesta de reforma petrolera. No se escatiman millones, cientos, tal vez miles de millones de pesos en la intentona. Tampoco reparan en difundir verdades a medias, olvidos de alternativas, precisiones desviadas y las suplantaciones de ciudadanos reales que le anticipan, de manera por demás forzada, la urgencia de su puesta en marcha, tal como la envió al Congreso. El dispendio es, a todas luces, exagerado, indebido en un gobernante fincado en la voluntad electiva de los ciudadanos. Lo que ahora sucede afirma, aún más, que el señor Calderón no llena tan fundamental requisito de la democracia.
Buena parte de la leyenda negra de la oposición, formada por los partidos políticos agrupados en el Frente Amplio Progresista (FAP) y en el movimiento en defensa del petróleo que encabeza López Obrador, se le debe a otra campaña paralela, ésta soterrada, insidiosa, clasista, pero de similar intensidad. En ella inscriben, además, cuanto discurso recogen al oficialismo los medios de comunicación.
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