ALVARO DELGADO
MÉXICO, DF, 22 de septiembre (apro).- Sin ignorar los matices, es preciso no soslayar conductas análogas de la crisis criminal que atormenta a México: son tan perniciosos los delincuentes que emplean armamento sofisticado, como los de "cuello blanco" provistos de información privilegiada desde el poder público.
Ambos grupos criminales aniquilan a adversarios e inocentes, les da lo mismo en su afán de poder: los primeros porque matar seres humanos es un costo menor en su esquema delincuencial de lucro, y los segundos porque la estafa al patrimonio nacional arroja muertes por la vía de la exclusión y el hambre.
Tales conductas se sustentan en la corrupción y la impunidad, insumos que provee en gran cuantía el sistema político vigente, en lo fundamental, después de siete décadas, y que --formalmente-- encabeza todavía Felipe Calderón, quien nada ha hecho, como nada hizo Vicente Fox, para desmantelar desde el propio presidencialismo esos nutrientes que tienen postrada a la República.
Y por eso no hay éxito, porque, sin un empeño auténtico en ese sentido, no hay modo de que el Estado triunfe en la guerra que retóricamente Calderón le declaró al narcotráfico, que ha penetrado ya "hasta el tuétano" la estructura institucional del país, como lo describe, gráfica y dolorosamente, el semanario Proceso en la edición que está en circulación, pero como también lo ha hecho desde hace muchos años, cuando México no estaba en vías de ser considerado un "Estado fallido".
Los expertos dicen que para tener posibilidades de éxito en este empeño se requiere algo más que las capacidades del Ejército y de cuerpos policiacos depurados --y por supuesto de una estrategia integral que no existe--, pero ante todo es preciso que haya una auténtica voluntad política para emprender una "renovación tajante" de la vida nacional, como lo planteaba Daniel Cosío Villegas, en La crisis de México.
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