jueves, 16 de octubre de 2008
“Oratoria sagrada”
Rosario Ibarra
Desde los ya muy lejanos días de mi niñez y adolescencia, me llegan efluvios de aquella “oratoria sagrada” que era el símbolo de los maestros. Hombres y mujeres dedicados a enseñar a niños y a jóvenes, de hacer entrega, con palabra suave y persuasiva, desinteresadamente, de todo el acervo de conocimientos atesorado por ellos.
Pensaban —solían expresarlo— que el espíritu de los jóvenes es un terreno generoso en el que la simiente de una palabra noble y oportuna suele rendir “los frutos de una inmortal vegetación”. ¡Cuánto los quise! Los recuerdo con profundo respeto y gratitud, y cuando se ofrece, suelo poner, ante los jóvenes de hoy, el ejemplo de su vocación y de su entrega.
Les hablo también de aquella su manera de transmitirnos lo que sabían, despojada su enseñanza de toda innoble austeridad. Los recuerdo a todos, la mayoría de ellos, de rostro afable, de palabra suave y de paciencia perenne. De su boca, en vez de reprimendas, brotaban consejos, ejemplos que desleían dulzura y sus manos nunca se alzaron airadas para el golpe. Si llegaban a tocarnos, era la caricia sencilla de su mano posada en nuestras cabezas y la sonrisa bienhechora de su aprobación a nuestra diligencia...
Uno que otro, quizá maltratado por la vida, nos mostraba el rostro austero que le dejó una “primavera que no floreció”; una niñez y una juventud despojadas de dicha y de alegría, tristes siempre, pero jamás envueltos en un silencio desdeñoso. También a ellos los respeté y los quise... Mi padre, mi primer maestro, me enseñó a ser así, a “luchar sin odio”; a nunca desdeñar a los que sufren; a desechar el sentimiento de lo imposible; a hacer un escudo contra la saña de la demagogia y un muro contra el engaño y, sobre todo, a lograr que floreciera mi espíritu...
Hoy, en estos aciagos días, todos aquellos sabios consejos me han servido, pero sufro ante una juventud incierta y aterida, que se enfrenta a las emanaciones de vulgaridades de los poderosos. Es tan enorme la vastedad de su ambición que les ha empequeñecido el alma... Sus más crueles rigores van dejando en el pueblo una inamortizable cuota de sangre y un enorme sedimento de dolor... Pero no todo está perdido. Aún hay jóvenes que increpan a quienes ilegítimamente llegan al poder... No son muchedumbre, pero son parte del honor de cada generación humana, que exige el respeto a las leyes y a la dignidad, con unas cuantas palabras que son para el pueblo “oratoria sagrada”.
Dirigente del comité ¡Eureka!
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arquera