Bernardo Bátiz V., La Jornada
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Mientras que los manifestantes en defensa del petróleo y de la economía popular marchaban por las calles del centro de la capital hacia la Cámara de Diputados y aguantaban el frío y el correr de las horas, los legisladores del PAN y del PRI aprobaban, sin discutir, los proyectos de leyes, llenos de complicaciones y recovecos.
Mientras que en las calles los integrantes del movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador daban lecciones de civismo, ejerciendo frente a los escudos de los granaderos sus derechos de reunión y de expresión, los diputados del PAN, dando la espalda a su propia historia, repetían la práctica del mayoriteo sin matices, que tanto combatieron antaño.
Olvidan los panistas, junto con otras cosas, lo que condenaron por décadas: la falta de juego limpio en el Parlamento y la práctica vergonzosa del voto sin razonar, siguiendo tan sólo la consigna del entonces llamado “pastor” y sin atender y mucho menos contestar, los argumentos y razones de los legisladores de oposición.
En el caso de la llamada reforma energética, vaya que si se dieron argumentos, meses de consultas y debates en que prevaleció, por la fuerza de los razonamientos y el amplio conocimiento del tema, la opinión de la oposición en voz de técnicos, juristas, economistas o simplemente de ciudadanos con patriotismo y sentido común; pero a la hora de votar en el pleno toda esa riqueza argumentativa cedió ante la consigna del Ejecutivo y sus corifeos en el Congreso. La nueva aplanadora hizo su aparición al más viejo estilo y los dictámenes se aprobaron tal como llegaron del Senado, sin cambiar una coma y exactamente como lo hacían los priístas por encima de lo que es esencial en un Parlamento, igualdad entre los legisladores, mente abierta para oír argumentos y debate antes de tomar las decisiones.
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