Pedro Salmerón
So pretexto del bicentenario del natalicio de Benito Juárez, se publicó un grueso libro titulado Juárez y Maximiliano. La roca y el ensueño, de Armando Fuentes Aguirre, Catón . Según la contraportada y las “ primeras palabras ”, el objetivo del libro es la reconciliación “en el común amor a México”: debemos “aquilatar la grandeza de Juárez sin tildar de traidores a su contemporáneos”. Asegura el autor que busca comprender a los personajes en su contexto y no juzgarlos con los raseros del presente.
Sin embargo, brillan por su ausencia la reconciliación y la comprensión anunciadas. Lo que el lector encontrará es una repetición más –aunque se presenten como novedosísimas ideas muy viejas– de la historia tradicional de la derecha. Tenemos aquí a un Juárez al que conocemos bien: el de las escuelas de monjas, que tienen en común con el Juárez de la era priísta la misma simplificación maniquea de la historia, basada en la deshumanización reduccionista de los personajes y los procesos: para una, Juárez es el héroe de bronce; para la otra, es el traidor que puso a la patria en riesgo de desaparecer y la entregó a la influencia yanqui.
Si el objetivo explícito de Fuentes hubiese sido relanzar esa vieja historia, no faltaría a la verdad, pero el Juárez de su libro está en permanente contradicción con lo que promete: es un politiquillo ambicioso, un pésimo administrador; un gobernante radical, mentiroso, autoritario y vengativo; un personaje sin pizca de grandeza ni generosidad. Y, lo peor de todo, un traidor que entregó la patria a los yanquis, quienes lo sostuvieron en el poder.
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