Jorge Moch
La televisión en México suele pintar una versión inconsecuente del país, sobre todo en programas que se hacen para ese ávido nicho de mercado que suponen los jóvenes, es decir, segmentos de población cuyas edades fluctúan entre doce o trece y poco más de los veinte años. En esos programas, ya sean gringos o de factura nacional y por regla general producidos en las instalaciones de Televisa y TV Azteca, o sea, en las telenovelas para jóvenes, la juventud mexicana misma suele ser retratada como irreflexiva, siempre fiestera, alegre, deliciosamente despreocupada. Como buen vehículo del estrato falso de la neurosis, la televisión mexicana de ficción niega la realidad, la evade, la obvia y recurre al eufemismo, al disimulo, a mirar hacia otro lado y tratar de sostener una versión alterna –aunque sea rayana en el más baboso de los ridículos– del mundo y del país. Programas como El Pantera (Televisa, Canal 5) ofrecen una visión de la violencia social absolutamente ficticia, de cómic, una visión incauta –sin mencionar que llenecita de clichés de un absurdo conmovedor–, por no adjetivarla peor, de la justicia social en una sociedad que carece, precisamente, de héroes justicieros, pero que abunda en villanos y traidores de cataduras pavorosamente reales por inhumanas.
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