Por Verónica, para Camila
Difícil se antoja la tarea cuando el horror parece no tener límite, el número de decapitados crece cada día y la saña y la impunidad con la que actúan los criminales, a lo largo y ancho del país, ha dejado ya, por su contundencia y brutalidad sostenidas, incluso de sorprendernos. Difícil se antoja la tarea frente al desfondamiento de las instituciones, cuya credibilidad y eficiencia elemental se han derrumbado y cuando los medios electrónicos es única ventana para “ver” —que no es lo mismo que “saber”— lo que pasa en el mundo, dan la espalda a la realidad o la manipulan para servir a sus propios fines y se produce, como antídoto, como coartada más bien, como receta de una imposible “sanación” y tal como lo dice Gilles Lipovetsky en La sociedad de la decepción: “El triunfo de la puerilidad generalizada”.
“Las civilizaciones surgen gracias a una reflexión dirigida hacia el interior, gracias a la adquisición de la capacidad de mirarse a sí mismas”, sostiene Ryszard Kapuscinsky. Paradójico resulta que hoy, cuando la televisión llega a todas partes todo el tiempo, cuando es a través de ella que la gente —que no lee— se informa, se forma, se educa sentimentalmente incluso, estemos cada vez más lejos de poder mirarnos y comprendernos. “Entiéndelo, Epigmenio —me dijo un alto ejecutivo de la televisión nacional, vicepresidente además del área de noticias—, de la realidad la gente no quiere saber ni en los noticieros”. Que el país se nos deshaga entre las manos importa poco; hay que distraer a la gente, entretenerla, es decir, seguir “teniéndola ahí” como audiencia cautiva, propiedad exclusiva o casi de la cadena y dispuesta a creer lo que ésta dice y, sobre todo, a consumir lo que ésta anuncia.
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