Carlos Fernández-Vega
■ Todos pierden en la guerra de cifras
■ La sacra famiglia ya reconoce la calamidad
En eso de la cartomancia, pública y privada, sobre el futuro mediato e inmediato de la economía nacional, la guerra de cifras entre “optimistas” y “pesimistas” también se registró en los tiempos del autodenominado “cambio”, cuando en la primera recesión de “la era Bush”, a partir de 2001, los genios de la Secretaría de Hacienda y los del Banco de México ofrecían versiones encontradas, aunque de cualquier suerte ninguna de las corrientes (“optimista” la de Hacienda, “pesimista” la del Banco de México) ni lejanamente se acercó al resultado, aunque las huestes de Guillermo Ortiz estuvieron más cerca, pero no mucho, de atinarle.
Por aquellos no lejanos ayeres del presidente de la lengua larga y las ideas cortas, el juego más practicado entre la sacra famiglia económico-financiera público-privado era “atínale a la cifra”, una suerte de “melate” sobre el futuro económico nacional. Y era tan entretenido que sus integrantes indistintamente apostaban para saber quién acertaba al incremento de la inflación, al comportamiento del tipo de cambio, a las “cifras históricas” de empleo, al “ajuste” de las tarifas eléctricas, al “aumento” del crédito productivo, etcétera, etcétera, aunque por mucho el centro de la atención y de las apuestas era el crecimiento económico. Fue tal el grado de participación en este ameno juego, que hasta Martita Sahagún, todavía como vocera de Los Pinos, apostó su resto: “en México no hay crisis, ni plan B, ni emergencia, ni contradicciones, ni desaceleración económica”.
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