Bernardo Bátiz V.
En algunos diarios nacionales, Carlos Salinas se defiende de la acusación que le hace Manuel Bartlett, de que para ser reconocido presidente tuvo que negociar con el PAN, abrir camino a la derecha con la que desde entonces coincidía ampliamente, como se ha podido corroborar durante su gobierno y en sus posiciones posteriores. En su defensa, aprovecha, listo que es, para reclamar a Martha Anaya, autora del libro que ha dado pie a esta polémica (1988: el año que calló el sistema), que se refiera a las boletas de votación que se escamotearon primero y luego se incineraron, pero que nada diga de las actas de casilla, que están bien guardadas en el Archivo de la Nación.
Como suele decirse, se les acusa de pillos, no de tontos, y de eso él no tiene un pelo; las actas fueron las impugnadas hasta el cansancio en el Colegio Electoral de aquel no tan lejano año y se acreditó plenamente la incongruencia que había entre ellas y lo que debió haber sucedido en las elecciones; las actas pueden cambiarse, falsificarse o fabricarse nuevas; las boletas no es tan fácil.
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