jueves, 8 de enero de 2009

Plomo Fundido

"Plomo fundido" sobre la conciencia judía
un artículo de León Rozitchner


León Rozitchner nació en Chivilcoy, Provincia de Buenos Aires, en 1924. 
Estudió Humanidades en al Sorbona de París, Francia, donde se graduó en 1952. Profesor de la  Universidad de Buenos Aires, entre sus numerosas obras sobresalen Freud y los límites del individualismo burgués (1972), Las Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia (1985), Perón, entre  la sangre y el tiempo(1985)y La cosa y al cruz: cristianismo (en torno a las Confesiones de San Agustín)(1997).

"Si nosotros nos revelamos incapaces de alcanzar una cohabitación y acuerdos con los árabes, entonces 

no habremos aprendido estrictamente nada durante nuestros dos mil años de sufrimientos y mereceremos 

todo lo que llegue a sucedernos." 
Albert Einstein, carta a Weismann, 1929.

¿Recuerdan cuando hace dos mil años los judíos palestinos, nuestros antepasados en Massada sitiada, 

enfrentaron las legiones del Imperio romano y se suicidaron en masa para no rendirse? ¿Recuerdan la 

rebelión popular y nacional de nuestros macabeos contra la invasión romana, cuando murieron decenas de 

miles de judíos y se acabó la resistencia judía en Palestina y nos dispersamos otra vez por el mundo? 

¿No piensan que esa misma dignidad extrema que nuestros antepasados tuvieron, de la que quizá ya no 

seamos dignos, es la que lleva a la resistencia de los palestinos que ocupan en el presente el lugar 

que antes, hace casi dos mil años, ocupamos nosotros como judíos? ¿No se inscribe en cambio esta 

masacre cometida por el Estado de Israel en la estela de la "solución final" occidental y cristiana de 

la cuestión judía? ¿Han perdido la memoria los judíos israelíes? No: sucede que se han convertido en 

neoliberales y se han cristianizado como sus perseguidores europeos, que, luego de exterminarlos, 

empujaron a los que quedaron vivos para que se fueran a vivir a Palestina con el terror del exterminio 

a cuestas.

El meollo de la actual tragedia está en la Shoá. Si la memoria de su pasado define el sentido histórico 

que marcó el "destino" del pueblo judío, donde se van hilando las cuentas de nuestro derrotero, y si el 

acto final en el que culmina ese destino convoca a los judíos israelíes a aniquilar la resistencia de 

otros pueblos inocentes, algo del sentido histórico ha desaparecido de la memoria de los israelíes. 

¿Puede ser invocada la Shoá sin ser infieles a los desaparecidos, cuando al mismo tiempo el sentido 

completo de ese acontecimiento monstruoso ha quedado oscurecido? ¿Cómo podríamos "hacer memoria" si la 

construimos con los únicos recuerdos de nuestro pasado que los culpables europeos del genocidio nos 

autorizan? Es cierto: si los israelíes recuerdan todo, pierden a sus aliados. Porque la memoria de la 

Shoá que llevó al retorno a una tierra perdida hace mucho tiempo tendría que volver a ser pensada.

Lo primero a recordar: nuestros perseguidores históricos no fueron ni son los palestinos. Nuestros 

perseguidores estaban y siguen estando en las naciones de cultura europea que nos expulsaron y 

masacraron, y sin embargo son ellos los que siguen marcando el destino de todos nosotros, sobre todo de 

los judíos israelíes. ¿Será por eso que se busca olvidar a los verdaderos culpables de la Shoá? Los 

israelíes ya no se preguntan por el pasado bimilenario judío. Nunca los judíos, salvo excepciones, 

acusan del exterminio judío a la religión cristiana y a la economía capitalista que produjeron 

necesariamente la Shoá, como la conclusión de un silogismo que se venía desarrollando en Europa 

cristiana desde su mismo origen, como si el nazismo hubiera sido sólo un accidente sin antecedente en 

la historia europea y todo comenzara con Hitler. ¿No será que luego de la Shoá ustedes, los 

descendientes de los judíos europeos asimilados, se aliaron luego con los exterminadores en un pacto 

oscuro que el terror dictaba, y volvieron ahora todos, de cierta manera, a ser judeo–cristianos? Porque 

seamos honestos: el Tercer Reich se ha prolongado en el 4º Reich del Imperio norteamericano. Es claro: 

prefieren no saberlo porque el Estado de Israel está –nosotros los judíos latinoamericanos sí lo 

sabemos– al servicio del poder cristiano–imperial de los EE.UU. ¿O van a creerse que los EE.UU. y 

Europa combatieron al nazismo para salvar a los judíos? ¿Por qué ahora habrían de seguir 

persiguiéndolos si mantienen lo que tienen de judíos congelado sólo en lo arcaico religioso? Pero ¿no 

les dice nada pasar a ocupar ahora el lugar impiadoso, como brazo armado de los poderosos capitalistas 

cristianos, contra una población civil asediada y asesinada por osar defenderse contra la expropiación 

ilimitada de un territorio que debía ser compartido?

Recordemos. Karl Schmitt, filósofo católico del nazismo, había puesto de relieve lo que la hipocresía 

democrática ocultaba: la categorías políticas son todas ellas categorías teológicas. Es decir: la 

política occidental (democrática y capitalista) tiene su fundamento en la teología cristiana. Es 

notable: Schmitt coincide con lo que Marx joven decía en Sobre la cuestión judía: el fundamento 

cristiano del Estado germano se prolonga como premisa también en el Estado democrático.

Y si la política occidental al desnudarse muestra su fundamento teológico oculto, sin el cual no 

hubiera habido capitalismo, entonces toda política de Estado capitalista era antijudía, porque ése era 

el escollo que el cristianismo había encontrado para consolidarse como religión universal. No contra 

los judíos cristianizados que, como ustedes en Israel, apoyan esa política, es cierto. Ustedes tienen 

de cristianos, sin saberlo, lo que ocultan en su propia memoria al ocultar que la Shoá como "solución 

final" fue un exterminio teológico (cristiano) político europeo. Schmitt la tenía clara. Lo que el 

sutil filósofo alemán católico necesitaba activar, en momentos de peligro extremo para el cristianismo 

y el capitalismo frente a la amenaza de la Revolución Rusa y las rebeliones socialistas, era el 

fundamento cristiano escondido en la política: el odio visceral y alucinado religioso antijudío para 

que en Europa reverdeciera con toda intensidad el fundamento grabado durante siglos en el imaginario 

popular cristiano. Y con ese vigor arcaico reverdecido pudieran enfrentar la amenaza revolucionaria del 

judeo–marxismo.
Por eso, frente a la apariencia liberal de la política democrática como una relación "amigo-amigo", el 

fundamento de la política nazi extremaba las categorías de "amigo–enemigo" que Schmitt vuelve a poner 

de relieve en el "estado de excepción" como la verdad oculta de la democracia: el único enemigo 

histórico cuando entra en crisis el fundamento social europeo son nuevamente los judíos. En 1933, 

frente a la amenaza del socialismo tildado quizá con cierta razón de judío, resurgía para muchos 

europeos todo su pasado y encontraban en los judíos el fundamento más profundo de lo más temido para su 

concepción cristiana: las premisas judías de un materialismo consagrado, no meramente físico cartesiano 

como la economía capitalista requería. Por eso Schmitt vuelve a desnudar las categorías fundantes 

adormecidas que la teología católica mantenía vivas: volvía al fundamento religioso de la política 

cristiana del Estado democrático para enfrentar el peligro del "comunismo ateo y judío".

Sucede que en ese momento los judíos laicos formaban parte de la creatividad moderna que en Europa 

alimentó el pensamiento político y científico: eran rebeldes todavía, no como tantos de ahora, y por 

eso Marx de joven pensaba que los judíos, una vez superada su etapa religiosa y se hicieran laicos 

prolongando la esencia judía más allá de lo religioso, podrían pasar a formar parte activa de la 

liberación humana.

Y cuando al fin los europeos creían haber logrado en el siglo XIX la universalización del 

cristiano–capitalismo que se expandía colonizando a sangre y fuego el mundo, aparece otra vez el 

materialismo judaico como premisa del socialismo, que no es físicamente metafísico sino que parte de la 

Naturaleza como fundamento de la vida del espíritu humano. Tiemblan entonces en Europa los fundamentos 

cristianos de la política y de la economía: un nuevo fantasma la recorre y se manifiesta en una teoría 

judía revolucionaria. De lo cual resulta que en momentos de crisis Hitler sólo representó, en términos 

estrictamente religiosos, culturales y políticos, el temor de toda la cultura occidental ante los 

comunistas y los judíos como los máximos enemigos de ambos, ahora renovados: del capitalismo y del 

cristianismo. El racismo de los nazis –esa "teozoología política"– no es más que el espiritualismo 

cristiano secularizado que el Estado nazi consagró laicamente en las pulsiones de los cuerpos arios.
Una vez aniquilados los millones de judíos –como luego fueron arrasando y aniquilando con la misma 

consigna a millones de soviéticos "judeo-comunistas"– el impacto aterrorizante de la "solución final" 

hizo que los judíos casi nunca, salvo muy pocos, se atrevieran a señalar a los verdaderos culpables del 

genocidio (como pasó entre nosotros con los genocidas). Con la derrota de los nazis como únicos 

culpables –según cuenta la historia de los vencedores– desapareció en Europa la historia de los 

pogromos y las persecuciones cristianas medievales y modernas que nos aterraron durante siglos: la de 

los franceses tanto como la de los italianos, los españoles, los polacos y los rusos mismos. Sólo los 

nazis alemanes fueron antijudíos.

Los judíos cristianizados por el terror del cristiano-capitalismo en Europa luego de la Shoá buscaron 

su "hogar" fuera de Europa: se instalaron en Palestina, como si el reloj de la historia, ahora 

teológica, se hubiera detenido hacía dos mil años. No se dieron cuenta de que la mayoría de los judíos 

que volvían a Israel no eran como nuestros antepasados que se habían ido: los descendientes de los 

defensores de Massada o de los macabeos. Buber, Gershon Scholem y tantos otros sí lo recordaban. Nadie 

quería que nos volviera a pasar otra vez lo mismo, es cierto; pero en vez de enfrentar y denunciar a 

los verdaderos culpables del genocidio –que ahora nos apoyaban para que nos fuéramos para siempre de 

Europa y termináramos nosotros mismos la etapa final democrática de la "solución final" judía que ellos 

comenzaron– los israelíes terminaron sometiendo a los palestinos como los romanos, los europeos y los 

nazis lo hicieron antes con nosotros. Pero primero tuvieron que vencer la resistencia de nuestros 

pioneros socialistas.

Los israelíes, apoyados ahora por el Imperio cristiano–capitalista que los había perseguido, crearon 

también en Israel un Estado teológico, pero la "parte" secularizada dentro de ese Estado judío siguió 

siendo la del Estado cristiano. Volvieron como judíos para culminar en Israel la cristianización 

comenzada en Europa: mitad judíos eternos en lo religioso, mitad cristianos secularizados en lo 

político y en lo económico. Por eso ahora en Israel el Estado mantiene la economía neoliberal 

capitalista y cristiana sostenida por los religiosos judíos sedentarios, detenidos en el tiempo arcaico 

de su rumiar imaginario. Y por el otro lado los iraelíes son neoliberales en la política y en la 

economía y en la ciencia "neutral", cuyas premisas iluministas son cristianas. Mitad judíos en el 

sentimiento, mitad cristianos en el pensamiento.
Y por eso quieren que todos, también aquí y ahora, seamos como ellos: judeo-cristianos como el rabino 

Bermann, avalado por el cardenal Bergoglio, o judíos–laicos como Aguinis, neoliberal letrado avalado 

por el obispo Laguna. O como los directivos de la AMIA, que tienen la potestad de determinar si soy o 

no judío. Si soy judío "progresista" y no me secularicé como cristiano, entonces no soy judío, no podré 

aspirar a ser enterrado en un cementerio comunitario porque me faltaría la parte cristiana de mi ser 

judío. Pero judíos–judíos, esos que prolongan en lo que hacen o piensan los valores culturales judíos, 

quedan al parecer muy pocos, aunque sean muchos los que leen hebreo o reciten kaddish en la tumba de 

sus padres. Todos están aureolados con la coronita del cristiano-capitalismo que al fin los ha vencido 

por el terror cristiano luego de dos mil años de resistencia empecinada: convertidos ahora al 

"judeo-cristianismo".

Por eso la creación del Hogar Judío en Palestina tiene un doble sentido: la "solución final" europea 

tuvo éxito, logró su objetivo, el cristianismo europeo se desembarazó de los judíos y muchos de los que 

se salvaron se fueron de Europa casi agradecidos, sin querer recordar por qué se iban y quiénes los 

habían exterminado. La Europa cristiana y democrática se había sacado el milenario peso judío de 

encima. Pero mis padres, que llegaron a las colonias judías de Entre Ríos, sí lo sabían.
Todos los judíos estamos pagando esta inmerecida transacción, ese "olvido" del Estado de Israel, al que 

seguramente se habrían negado los defensores del Ghetto de Varsovia, que murieron, ellos sí, sabiendo 

quiénes eran los responsables políticos, económicos y religiosos –estaban a la vista–- como los 

millones de judíos europeos que murieron en los campos de exterminio. Los judíos que vinieron luego, 

esos que estamos viendo, no quisieron ni pensar a fondo en los culpables: se unieron a los poderosos y 

saludaron alborozados que el socialismo stalinista antisemita se derrumbara arrastrando al olvido al 

mismo tiempo, como si fuera lo mismo, la memoria de los pioneros judíos revolucionarios asesinados por 

Stalin. Por eso sus sueños mesiánicos dependen ahora únicamente de los cristianos y del capitalismo 

para poder realizarse. Sólo tenían que hacer una cosa: permutar al enemigo verdadero por un enemigo 

falso.

Estamos pagando muy cara esta conversión judía. Los israelíes, ya vencidos en lo más entrañable que 

tenían de judíos históricos, se han transformado en la punta de lanza del capitalismo cristiano que los 

armó hasta los dientes para enfrentar el mayor y nuevo peligro que tiene el cristianismo: los mil 

millones de musulmanes que pueblan el mundo. Pero ni los musulmanes ni los palestinos fueron los 

culpables de la Shoá: los culpables del genocidio son ahora sus amigos, que los mandan al frente.
Y aquí cierra la ecuación política amigo-enemigo de Karl Schmitt. Antes, hasta la Segunda Guerra 

Mundial, el fundamento teológico de la política era "amigo/cristiano–enemigo/judío". Ahora que los 

judíos vencidos se cristianizaron como Estado teológico neoliberal la ecuación es otra: 

"amigo/judeocristiano–enemigo/musulmán". ¿Este es el lamentable destino que Jehová nos reservaba a los 

judíos? Porque de lo que hacen ustedes en Israel depende también el destino de todos nosotros.