miércoles, 21 de enero de 2009

TEXTO INTEGRO DEL DISCURSO INAUGURAL DE BARACK OBAMA


Discurso inaugural de Barack Obama
La esposa de Barack Obama, Michelle, y sus hijas, Malia y Sasha, estuvieron al lado del Presidente durante su discurso.
Foto: AP



Traducción del texto íntegro en inglés de las primeras palabras de Barack Obama como Presidente

(20 de enero de 2009).- Mis conciudadanos:

Me encuentro aquí hoy lleno de humildad ante la tarea que nos espera, agradecido por la confianza que ustedes me han otorgado, consciente de los sacrificios que soportaron nuestros ancestros.

Agradezco al Presidente Bush su servicio a nuestra nación, al igual que la generosidad y la cooperación que ha mostrado durante toda esta transición.

Cuarenta y cuatro estadounidenses ya han prestado el juramento presidencial. Las palabras han sido pronunciadas durante oleadas de prosperidad y las aguas tranquilas de la paz.





Sin embargo, de vez en cuando se presta el juramento en medio de nubes crecientes y tormentas feroces. En estos momentos, Estados Unidos ha seguido adelante no simplemente gracias a la habilidad o la visión de los poseedores de altos cargos, sino porque nosotros, el pueblo, hemos permanecido fieles a los ideales de nuestros antepasados y a nuestros documentos fundadores. Así ha sido. Así debe ser con esta generación de estadounidenses.

El hecho de estar en medio de una crisis ahora está bien entendido. Nuestra nación se encuentra en guerra, contra una red de gran alcance de violencia y odio.

Nuestra economía está muy debilitada, consecuencia de la avaricia y la irresponsabilidad de algunos, pero también de nuestra incapacidad colectiva para tomar decisiones difíciles y preparar a la nación para una nueva era.

Se han perdido viviendas; se han suprimido trabajos; se han cerrado negocios. Nuestro cuidado de la salud es demasiado costoso; nuestras escuelas incumplen a muchos; y cada día trae más evidencias de que las maneras en las que usamos la energía fortalecen a nuestros adversarios y amenazan a nuestro planeta.

Éstos son los indicadores de la crisis, sujetos a datos y estadísticas. Menos medible, pero no menos profundo, es el debilitamiento de la confianza en todo nuestro país -un temor insistente de que el ocaso de Estados Unidos es inevitable, y que la próxima generación debe disminuir sus expectativas.

Hoy les digo que los retos que enfrentamos son reales. Son serios y son muchos. Nos serán resueltos fácilmente o en un corto lapso de tiempo. Pero sepan esto, compatriotas: se resolverán.

Este día, nos reunimos porque hemos escogido la esperanza en lugar del miedo, la unidad de propósito en lugar del conflicto y la discordia.

Este día, venimos a proclamar el fin de los agravios triviales y las promesas falsas, las recriminaciones y los dogmas gastados, que durante demasiado tiempo han estrangulado a nuestra política.

Seguimos siendo una nación joven, pero en las palabras de las Escrituras, ha llegado el momento de dejar las cosas infantiles. Ha llegado el momento de reafirmar nuestro espíritu duradero; de escoger nuestra mejor historia; de llevar hacia el futuro ese regalo precioso, esa idea noble, transmitida de generación en generación: la promesa dada por Dios de que todos son iguales, todos son libres, y todos merecen la oportunidad de buscar su cuota completa de felicidad.

Al reafirmar la grandeza de nuestra nación, comprendemos que la grandeza nunca se da por sentada. Debe ganarse. Nuestro viaje nunca ha sido uno de atajos o de conformarnos con menos.

No ha sido un camino para los temerosos, quienes prefieren el ocio al trabajo, o buscan sólo los placeres de la riqueza y la fama. Han sido los arriesgados, los hacedores, los creadores de cosas -algunos célebres, pero más frecuentemente hombres y mujeres anónimos en su labor- quienes nos han llevado por el camino ascendente, largo y accidentado hacia la prosperidad y la libertad.

Por nosotros, empacaron sus pocas posesiones y viajaron a través de océanos en busca de una nueva vida. Por nosotros, trabajaron duro en fábricas donde eran explotados; soportaron el azote del látigo y araron la dura tierra. Por nosotros, lucharon y murieron, en lugares como Concord y Gettysburg; Normandía y Khe Sahn.

Una y otra vez esos hombres y mujeres lucharon, se sacrificaron y trabajaron hasta que sus manos quedaron ásperas para que pudiéramos tener una vida mejor. Vieron Estados Unidos como algo más grande que la suma de nuestras ambiciones individuales; mayor que todas las diferencias de nacimiento o riqueza o facción.

Éste es el trayecto que continuamos hoy. Aún somos la nación más próspera y poderosa de la Tierra. Nuestros trabajadores no son menos productivos que cuando comenzó esta crisis. Nuestras mentes no son menos inventivas, nuestros bienes y servicios no son menos necesarios de lo que eran la semana pasada o el mes pasado o el año pasado. Nuestra capacidad no ha disminuido.

Sin embargo, nuestro momento de quedarnos de brazos cruzados, de proteger intereses limitados y postergar las decisiones desagradables -ese momento definitivamente ya pasó. A partir de hoy, debemos levantarnos, sacudirnos el polvo y comenzar de nuevo el trabajo de rehacer Estados Unidos.

Pues a donde sea que veamos, hay trabajo que hacer. El estado de la economía requiere medidas enérgicas y veloces, y actuaremos, no sólo para crear nuevos empleos, sino para establecer nuevas bases para el crecimiento. Construiremos los caminos y puentes, las redes eléctricas y líneas digitales que alimentan nuestro comercio y nos unen.

Devolveremos a la ciencia a su lugar legítimo, y usaremos las maravillas de la tecnología para incrementar la calidad del cuidado de la salud y reducir sus costos.

Aprovecharemos al sol y los vientos y la tierra para impulsar nuestros automóviles y manejar nuestras fábricas. Y transformaremos nuestras escuelas y colegios y universidades para que cumplan con las exigencias de una nueva era. Todo esto lo podemos hacer. Y todo esto haremos.

Ahora bien, hay algunos que cuestionan la escala de nuestras ambiciones -que insinúan que nuestro sistema no puede tolerar demasiados planes grandes. Sus memorias son pequeñas. Pues han olvidado lo que este país ya ha hecho; lo que hombres y mujeres libres pueden lograr cuando la imaginación se une con un propósito común y la necesidad con el valor.

Lo que los cínicos no logran entender es que el suelo se ha movido debajo de sus pies -que los argumentos políticos caducos que nos han consumido durante tanto tiempo ya no aplican.

La pregunta que nos hacemos hoy no es si nuestro Gobierno es demasiado grande o demasiado pequeño, sino si funciona -si ayuda a familias a encontrar empleos con salarios decentes, cuidados que puedan pagar, una jubilación digna.

Donde la respuesta es sí, nos proponemos seguir adelante. Donde la respuesta es no, habrá programas que llegarán a su fin. Y quienes manejamos los dólares del público seremos responsables, de gastar prudentemente, reformar los malos hábitos y hacer nuestros negocios a la luz del día, porque sólo entonces podremos restablecer la confianza vital entre un pueblo y su Gobierno.

La cuestión ante nosotros tampoco es si el mercado es una fuerza para el bien o para mal. Su poder para generar riqueza y expandir la libertad es único, mas esta crisis nos ha recordado que sin un ojo vigilante, el mercado puede perder el control, y que una nación no puede prosperar durante mucho tiempo cuando sólo favorece a los prósperos.

El éxito de nuestra economía siempre ha dependido no sólo del tamaño de nuestro producto interno bruto, sino del alcance de nuestra prosperidad; de nuestra capacidad de extender las oportunidades a todos los corazones dispuestos, no sólo por caridad, sino porque es el camino más efectivo hacia nuestro bien común.

En cuanto a nuestra defensa común, rechazamos como falsa la elección entre nuestra seguridad y nuestros ideales.

Nuestros Padres Fundadores, al enfrentarse a peligros que apenas podemos imaginar, redactaron una carta para asegurar el estado de derecho y los derechos del hombre, una carta ampliada por la sangre de generaciones. Aquellos ideales aún iluminan al mundo, y no renunciaremos a ellos en nombre de la conveniencia.

Así que a los otros pueblos y gobiernos que están viendo hoy, desde las capitales más magníficas hasta el pequeño pueblo donde nació mi padre: sepan que Estados Unidos es amigo de toda nación y de todo hombre, mujer y niño que busque un futuro de paz y dignidad, y que estamos listos para guiar una vez más.

Recuerden que generaciones anteriores se impusieron al fascismo y al comunismo no sólo con misiles y tanques, sino con alianzas fuertes y convicciones duraderas. Ellos entendían que nuestro poder por sí solo no puede protegernos, ni nos da derecho a hacer lo que queramos. En lugar de eso, sabían que nuestro poder crece a través de su uso prudente; nuestra seguridad emana de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo, las cualidades atenuantes de la humildad y la moderación.

Nosotros somos los guardianes de este legado. Guiados por estos principios una vez más, podemos enfrentarnos a esas nuevas amenazas que exigen un esfuerzo aún mayor y una cooperación y entendimiento aún mayor entre naciones.

Empezaremos a dejarle responsablemente Iraq a su pueblo, y fraguaremos una merecida paz con Afganistán. Con viejos amigos y antiguos enemigos, trabajaremos sin descanso para disminuir la amenaza nuclear, y reduciremos el espectro de un planeta en calentamiento.

No nos disculparemos por nuestro modo de vida, ni titubearemos en su defensa, y para aquellos que busquen lograr sus metas por medio de inducir terror y masacrar inocentes, les decimos ahora que nuestro espíritu es fuerte y no puede ser quebrantado; ustedes no pueden resistir más que nosotros, y los derrotaremos. Pues sabemos que nuestra herencia mixta es una fortaleza, no una debilidad.

Somos una nación de cristianos y musulmanes, judíos, hindúes y ateos. Estamos formados por todos los idiomas y culturas, provenientes desde cada rincón de la Tierra; y debido a que hemos probado el amargo sabor de la guerra civil y la segregación y salido de ese capítulo oscuro más fuertes y más unidos, no podemos evitar creer que los viejos odios algún día pasarán; que las divisiones de tribu se disolverán pronto; que al tiempo que el mundo se vuelve más pequeño, nuestra humanidad en común se revelará; y que Estados Unidos debe interpretar su papel en la llegada de una nueva era de paz.

Para el mundo musulmán, buscamos una nueva manera de avanzar, basada en intereses mutuos y respeto mutuo. Para aquellos líderes en todo el mundo que buscan sembrar conflictos, o culpar a Occidente de los males de su sociedad, sepan que sus pueblos los juzgarán por lo que pueden crear, no por lo que pueden destruir.

Para quienes se aferran al poder por medio de la corrupción y el engaño y la represión de los desacuerdos, sepan que están del lado equivocado de la historia; pero que les ofreceremos una mano si están dispuestos a abrir su puño.

Para la gente de naciones pobres, nos comprometemos a trabajar junto a ustedes para hacer que sus granjas prosperen y el agua limpia fluya; para nutrir los cuerpos privados de comida y alimentar las mentes hambrientas. Y para aquellas naciones como la nuestra que disfrutan de relativa abundancia, les decimos que ya no podemos permitirnos ser indiferentes ante el sufrimiento afuera de nuestras fronteras; ni podemos consumir los recursos del mundo sin tomar en cuenta los efectos. Pues el mundo ha cambiado, y nosotros debemos cambiar con él.

Mientras observamos el camino que se extiende frente a nosotros, recordamos con humilde gratitud a aquellos valientes estadounidenses que, en este mismo instante, patrullan desiertos lejanos y montañas distantes. Ellos tienen algo que decirnos hoy, así como los héroes caídos que yacen en el cementerio de Arlington susurran a lo largo de los siglos. Los honramos no sólo porque son los guardianes de nuestra libertad, sino porque ellos personifican el espíritu del servicio; una disposición a encontrar un significado en algo más grande que ellos. Y sin embargo, en este momento -un momento que definirá a una generación- es precisamente este espíritu el que debe llenarnos a todos.

Pues por más que el Gobierno puede y debe hacer, es en última instancia de la fe y la determinación del pueblo estadounidense de la que depende esta Nación. Es la bondad de alojar a un extraño cuando se rompen los diques, la falta de egoísmo de los trabajadores que prefieren reducir sus horarios antes de ver a un amigo perder su empleo, lo que nos ayuda a superar nuestros momentos más oscuros. Es el valor del bombero para irrumpir por una escalera llena de humo, pero también la disposición de un padre a cuidar a un hijo, lo que finalmente decide nuestro destino.

Quizá nuestros retos sean nuevos. Quizá los instrumentos con los que los enfrentamos sean nuevos. Pero esos valores de los que depende nuestro éxito -el trabajo y la honestidad, el valor y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo- esas cosas son antiguas.

Esas cosas son ciertas. Han sido la fuerza silenciosa del progreso a través de nuestra historia. Entonces lo que se requiere es un retorno a esa verdades. Lo que se requiere de nosotros es una nueva era de responsabilidad, un reconocimiento, por parte de todos los estadounidenses, de que tenemos deberes con nosotros mismos, nuestra nación, y el mundo, deberes que no aceptamos a regañadientes sino que aprovechamos con gusto, firmes con el conocimiento de que no hay nada más satisfactorio para el espíritu, que defina más nuestro carácter, que dar nuestro mayor esfuerzo a una tarea difícil.

Éste es el precio y la promesa de la ciudadanía. Ésta es la fuente de nuestra confianza -saber que Dios nos pide que demos forma a un destino incierto.

Éste es el significado de nuestra libertad y nuestro credo, por qué hombres, mujeres y niños de todas las razas y todas las religiones puede unirse a una celebración en este magnífico lugar, y por qué un hombre a cuyo padre hace menos de 60 años podrían no haberle servido en un restaurante local ahora puede pararse frente a ustedes para prestar un juramento tan sagrado.

Así que marquemos este día con remembranzas, de quiénes somos y hasta dónde hemos llegado. En el año del nacimiento de Estados Unidos, en los meses más fríos, unos cuantos patriotas se encontraban agrupados frente a fogatas a punto de apagarse, a orillas de un río congelado. La capital se encontraba abandonada. El enemigo avanzaba. La nieve estaba manchada de sangre. En un momento en el que el resultado de nuestra revolución era muy incierto, el padre de nuestra nación ordenó que estas palabras fueran leídas a la gente: "Que se diga al mundo futuro... que en lo más profundo del invierno, cuando no podía sobrevivir nada más que la esperanza y la virtud... la ciudad y el país, alarmados ante un peligro común, fueron a enfrentarlo".

Estados Unidos, Ante nuestros peligros en común, en este invierno de nuestras penurias, recordemos aquellas palabras inmortales. Con esperanza y virtud, enfrentémonos una vez más a las heladas corrientes, y soportemos las tormentas que puedan llegar.

Que los hijos de nuestros hijos digan que cuando fuimos puestos a prueba nos negamos a permitir que terminara este trayecto, que no volvimos atrás ni flaqueamos; y con los ojos puestos en el horizonte y la gracia de Dios sobre nosotros, llevamos adelante ese gran don de la libertad y lo entregamos a salvo a las generaciones futuras.

Traducción: Aron Covaliu

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