El pasado fin de semana, uno de los diarios que realizan la contabilidad lúgubre de esa auténtica “poda azteca” en que se ha convertido la guerra contra y entre el narcotráfico, reportó los primeros mil ejecutados en 2009. La cifra se alcanzó en un tiempo récord: mil tres muertos en 51 días, “lo que representa un promedio de 19 homicidios al día. Hace un año la cifra de mil muertos se registró el 22 de abril, y en 2006 se alcanzó después de haber transcurrido medio año” (El Universal, 21 de febrero).
Para ubicar la relevancia internacional de las primeras mil ejecuciones en 2009, hay que considerar que ninguna de las naciones en guerra formal (Irak y Afganistán) reportaron tal número de bajas en el mismo periodo. Tampoco lo han hecho los países y regiones donde hay en curso guerras no convencionales por motivos económicos, políticos, sociales, raciales, religiosos o tribales, como Yemen, Ruanda, Birmania, Zimbawe, Colombia, Gaza o Chechenia. Tampoco hay un registro similar en Somalia, país que encabeza la lista de “Estados fallidos 2008”, según la organización Fondo para la Paz. Claro, en cualquier momento, cualquiera de esas naciones o regiones que integran la geografía de la violencia podría rebasarnos en un solo día, con un solo evento disruptivo.
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