MÉXICO, D.F., 23 de febrero (apro).- Para nadie era un secreto, antes del 2006, que Felipe Calderón era un tipo habitualmente dominado por la iracundia --"mecha corta", se le moteaba--, pero había quienes veían ese talante como sinónimo de ímpetu para vencer problemas, sobre todo ante la dejadez y la pachorra de Vicente Fox en el ejercicio de gobierno.
Calderón ha cumplido, apenas, un tercio de la gestión de la que se hizo a la mala y ya ha dado claras muestras de no sólo no tener carácter para enfrentar problemas, sino de agotamiento ante la responsabilidad que formalmente tiene de encabezar el aparato administrativo del Poder Ejecutivo y, como lo establece la Constitución, de todas las instituciones del Estado.
No se trata de un agotamiento desde el punto de vista corporal ni de su paciencia –que parece haber cambiado a la vista del desgarriate en el gabinete, una reedición del foxiato en ineptitud y frivolidad--, sino de no tener más capacidad para enfrentar, al menos para paliar, la recesión económica que ya se instaló en México, y la operación impune de criminales que a diario amplían el reguero de cadáveres por todo el territorio nacional.
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