Pablo Gómez
Es evidente el cambio en la política internacional de la administración norteamericana. Barack Obama es un crítico de su antecesor y pretende establecer relaciones basadas en nuevos planteamientos. Sin embargo, las cosas no cambian con las simples actitudes, aún cuando éstas puedan ser el inicio de algo.
Los tres mayores problemas del vínculo entre México y Estados Unidos son la emigración, las drogas y la aplicación del TLC.
El problema de los migrantes genera una gran polémica en EU, pues cualquier decisión podría redundar en flujos mayores, lo cual es justamente lo que los estadunidenses quieren evitar. Está claro que la causa es social y que Norteamérica no puede resolverla. El punto fuerte es, entonces, la manera de regular las corrientes migratorias, tanto la que busca establecerse en aquel país como la que entra y sale. Para los sindicatos de EU la inmigración es una presión sobre el precio de la fuerza de trabajo y, para el gobierno, una dificultad para hacer respetar las leyes. Es claro que el muro no detiene casi a nadie y que lo único que puede reducir el nivel de la emigración es el empleo en México. El gobierno mexicano, sin embargo, no asume una política tendiente a promover los millones de empleos que son necesarios y este gran problema se va a quedar como una brasa caliente en las manos de los políticos estadunidenses, quienes tomarán sus propias decisiones.
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