Los panistas, en cónclave de elite, afinaron ya sus baterías electorales. Apuntaron, con el auxilio de sus consejeros de imagen, hacia la mayoría de la Cámara de Diputados como su objetivo indispensable. La requieren para asegurar, sin mayores tropiezos ni cesiones futuras, la continuidad de sus ánimos de clan conservador. No se han olvidado, tampoco, de alguna que otra aspiración empresarial. El mero epicentro de su campaña radicará, según traslucen sus andanadas mediáticas, en la que juzgan carismática figura de su guía burocrático, el señor Calderón. Para tal cometido pulirán sus, hasta ahora ocultas, aristas de líder, hasta sacarle la pátina heroica que, dicen, yace en su mera pasta de guerrero valiente.
No han dudado ni un ápice en seguir el guión marcado desde el inicio de su diseño electoral. Primero atacaron al rival más adelantado según las encuestas de opinión: el engolosinado priísmo. Han tratado de hermanarlo con el mal mismo: el crimen organizado. Se han saltado, a la internáutica, las normas electorales recién aprobadas por ellos mismos. Los medios de comunicación, a su interesado servicio, han ido recogiendo (Youtube) sus magistrales endechas encolerizadas contra el priísmo. Segundo, polarizaron el debate y corren el peligro, de manera irresponsable, de extender esto al resto de la sociedad, ya de por sí afectada de esa dolencia. La pelea se dará, dicen los panistas, en la arena por ellos marcada.
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