Nuestro siglo perdió los límites. Los males que desde el siglo pasado no han dejado de azotar a la humanidad tienen su origen en aquello que los griegos llamaron hybris –la desmesura–. El problema hoy tiene, sin embargo, un plus. Hemos convertido esa presencia del mal, que fungía como límite al hombre –y que en los griegos era el accionar de un puñado de locos como Prometeo o Sísifo–, en un derecho al que todos podemos acceder si conquistamos o nos colocamos en los centros del poder. “En nombre del bien –podría decir el hombre moderno– tenemos el derecho a cualquier desmesura”.
Recuerdo en este sentido lo que Majid Rahnema –quien fue un alto funcionario en la ONU– narraba: “Cuando llegué como comisario de Naciones Unidas a Ruanda y Burundi, la ideología del panafricanismo estaba en auge. Presionamos entonces para que esas naciones que querían mantenerse independientes se unieran. Cuando salimos de ahí, sucedió la masacre que todos conocemos”.
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