viernes, 10 de julio de 2009

Balance general

Pablo Gómez

El disimulo de Felipe Calderón no podría ser mayor. No admitió la derrota de su partido, se dirigió a la oposición para llamarla a la colaboración y a la unidad de propósitos, habló de la crisis económica –que nos llegó de fuera, claro— después de meses de soslayarla e ignoró por completo la situación política del país.
Como se sabía, nada ha cambiado. La gente fue a votar –la mitad de los electores, en términos netos—y no ocurrió nada en México. Calderón no ha cambiado y lo único que hizo fue pedir la renuncia de Germán Martínez, como si el verdadero dirigente de la derrota del PAN hubiera sido ese rijoso personaje.
Este es el único país del mundo donde una derrota electoral del gobierno genera un mutismo político del gobierno mismo. Es como si el PAN fuera un partido de oposición y se tuviera que lamer sus heridas dentro de sí mismo. Acción Nacional adoptó como línea de campaña el llamado a apoyar a Calderón y de ahí el énfasis en la dizque guerra contra la delincuencia organizada, siempre llamada crimen. El resultado de la votación fue un desastre para el PAN y Calderón sólo ofrece la cabeza de Germán Martínez pero ningún planteamiento para modificar el programa del gobierno.
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