Fue bien recibido el decálogo que el presidente Felipe Calderón incluyó en su mensaje del miércoles 2 de septiembre. Le dieron la bienvenida quienes habitualmente califican positivamente el desempeño presidencial (quienquiera que sea el presidente), los partidarios de Calderón y su partido, los ciudadanos animados por la esperanza y la buena fe y, de plano, los crédulos que se fían de lo que los gobernantes dicen.
Como yo no entro en ninguna de esas categorías, puedo afirmar palmariamente que no creo en las palabras de ese mensaje. Más de una vez hemos oído el tono de arenga histórica que adornó al discurso del 2 de septiembre como para dejarnos persuadir por sus énfasis. Al azar escojo lo dicho por Calderón en la presentación de otro decálogo, en que se resumía el Programa de Apoyo a la Economía el 3 de marzo del año pasado. Son palabras del mismo género que las de la semana pasada:
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Como yo no entro en ninguna de esas categorías, puedo afirmar palmariamente que no creo en las palabras de ese mensaje. Más de una vez hemos oído el tono de arenga histórica que adornó al discurso del 2 de septiembre como para dejarnos persuadir por sus énfasis. Al azar escojo lo dicho por Calderón en la presentación de otro decálogo, en que se resumía el Programa de Apoyo a la Economía el 3 de marzo del año pasado. Son palabras del mismo género que las de la semana pasada: