Al recibir el Premio Príncipe de Asturias que le fue otorgado a la UNAM, el rector José Narro señaló algo que no tiene desperdicio y que ha venido repitiendo por diestra y siniestra. Habló de la necesidad de modificar el modelo de desarrollo que ha mostrado fehacientemente su agotamiento y de establecer con claridad las prioridades, entre las que se encuentran sin duda alguna la educación, la ciencia y la cultura. Deslizó además una severa crítica a aquellos que menosprecian el campo del saber y que escamotean recursos para éste que es garantía de florecimiento. Quienes lo hacen, dijo, condenan a sus sociedades a la maquila y a la medianía en el progreso. Pero este llamado tan trascendente, al que se suma el de la comunidad de cineastas de nuestro país en el sentido de considerar a la cultura, no como gasto suntuario, sino como inversión necesaria para consolidar identidad, reconstruir redes sociales y garantizar derechos, parece estar muy lejos de las preocupaciones de legisladores y gobernantes que no son capaces de asumir una perspectiva de largo plazo y las posturas que hoy demanda la sociedad. No se dan cuenta de que algo se mueve allá abajo, en la calle, con la gente. Que las asignaturas pendientes hoy empiezan a ser una carga y a la vez una afrenta para la inmensa mayoría que poco a poco toma conciencia de que ya es hora de que sean pagadas. La clase política habla de tapar el hueco fiscal pero no entiende que primero, antes que nada, hay que asumir la profunda grieta social que años de políticas neoliberales han generado. Se lanzan la bolita para repartirse costos de decisiones mal diseñadas, tomadas sobre las rodillas, que en el fondo son sólo parches.
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