Ana Lilia Pérez
MÉXICO, D.F., 13 de febrero (Proceso).- Quien fuera el colaborador más cercano del presidente Felipe Calderón, y sobre quien pesaron acusaciones documentadas de que se benefició con jugosos contratos de Pemex cuando era funcionario público, Juan Camilo Mouriño mantuvo una guerra de poder con el director de Pemex, Jesús Reyes Heroles. El motivo: cada cual buscaba el control de la petrolera para beneficio de los intereses que representaba –en el caso de Mouriño, el de su propia familia. La historia de este conflicto entre dos hombres ambiciosos es contada en el libro Camisas azules, manos negras, de la periodista Ana Lilia Pérez, que la próxima semana pondrá en circulación el sello Grijalbo. Con autorización de la autora y de la editorial, reproducimos extractos del capítulo alusivo a esa pugna palaciega.
Enero de 2007. Parecía como si sobre su espalda cargase una pesada lápida. Dirigir la empresa más importante del país sin duda potenciaría el estrés de cualquier ejecutivo, aunque no era la responsabilidad lo que le angustiaba, sino los golpes bajos que en cada oportunidad le daba Juan Camilo Mouriño, jefe de la oficina de la Presidencia de la República y contratista de Pemex. Su carácter introvertido e inseguro se convirtió en el talón de Aquiles del recién nombrado director de la petrolera, Jesús Federico Reyes Heroles González Garza. Un pequeño pez en un océano de tiburones.
Leer mas...AQUIEnero de 2007. Parecía como si sobre su espalda cargase una pesada lápida. Dirigir la empresa más importante del país sin duda potenciaría el estrés de cualquier ejecutivo, aunque no era la responsabilidad lo que le angustiaba, sino los golpes bajos que en cada oportunidad le daba Juan Camilo Mouriño, jefe de la oficina de la Presidencia de la República y contratista de Pemex. Su carácter introvertido e inseguro se convirtió en el talón de Aquiles del recién nombrado director de la petrolera, Jesús Federico Reyes Heroles González Garza. Un pequeño pez en un océano de tiburones.
El general faccioso
Jorge Carrasco Araizaga
MÉXICO, D.F. 13 de febrero (Apro).- El secretario de la Defensa Nacional, Guillermo Galván, no se atreve a decirle “no” al presidente Felipe Calderón.
No ha querido detenerlo en su decisión de seguir ensangrentando al país, causando agravio y dolor a miles de ciudadanos, más que bajas verdaderamente significativas a la delincuencia organizada.
Ha puesto al Ejército a disposición de los intereses políticos de su jefe y ha sometido a un intenso desgaste a la principal institución armada del país. A cambio, desde luego, de impunidad.
Más que un general responsable de la integridad de la nación, ha apostado por un proyecto político. Su lealtad es para su comandante en jefe, no para la construcción de la institucionalidad democrática.
Aunque esa transformación no depende sólo de él, nada ha hecho por modificar la obsoleta organización y reglamentación de las Fuerzas Armadas, concebida para un régimen autoritario como fue el del PRI.
En aras de complacer a su jefe, rebasa el carácter no deliberante que define a las milicias en los estados democráticos.
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No ha querido detenerlo en su decisión de seguir ensangrentando al país, causando agravio y dolor a miles de ciudadanos, más que bajas verdaderamente significativas a la delincuencia organizada.
Ha puesto al Ejército a disposición de los intereses políticos de su jefe y ha sometido a un intenso desgaste a la principal institución armada del país. A cambio, desde luego, de impunidad.
Más que un general responsable de la integridad de la nación, ha apostado por un proyecto político. Su lealtad es para su comandante en jefe, no para la construcción de la institucionalidad democrática.
Aunque esa transformación no depende sólo de él, nada ha hecho por modificar la obsoleta organización y reglamentación de las Fuerzas Armadas, concebida para un régimen autoritario como fue el del PRI.
En aras de complacer a su jefe, rebasa el carácter no deliberante que define a las milicias en los estados democráticos.