El circo entre los payasos –que no provoca ni risas ni llanto, escenificado por Cesarín Nava y Gómez-Mont, con la tramoya para el burdo engaño de Calderón, con motivo de, más que alianzas, complicidades entre una tribu facciosa (la de los Chuchos y su pandilla maiceada desde Los Pinos) y los panistas de El Yunque– ha demostrado lo que ha probado el de “las manos limpias” (Ana Lilia Pérez, Camisas azules, manos negras.
El saqueo de Pemex desde Los Pinos, editorial Grijalbo). Ese desmadre de Calderón sólo lleva como finalidad acabar con el Partido de la Revolución Democrática (PRD) al costo de suicidar al Partido Acción Nacional (PAN), para satisfacer la nostalgia victorianohuertista de quien resultó un presidente más del montón, que sigue sin atinar a resolver uno sólo de los problemas que es su obligación, con sus palos de ciego, por miopía política, que ha venido dando hasta en su necedad de sacar a los militares del cuartel y haberle dado a su amigo García Luna (y Luis Cárdenas) el poder inmenso de una policía federal que, con los soldados, únicamente han tenido éxito en agresiones que llegan a homicidios contra los ciudadanos que nada deben en la lucha contra el narcotráfico.
Ha desmadrado, pues, a esos dos partidos. Desmadrar, en el sentido peyorativo del modo de hablar del español mexicano, más que en el significado, por ejemplo, del diccionario de María Moliner. Ni tampoco en los términos estrictos de desmadreado y desmadrear, del Diccionario de Mejicanismos de Francisco J Santamaría. Calderón ha desmadrado al PAN y al PRD en cuanto ya les partió su madre al desfundarlos de sus orígenes, abjurando de los padres fundadores y de toda su trayectoria-tradición, no para modernizarlos, sino para de una vez por todas meterlos a su respectiva extinción. Ha sido Calderón y nadie más quien ordenó a su títere Nava, el abogado de las transas petroleras y descerebrado políticamente, para que saliera con la “novedad” de las alianzas, si bien ya con la plena derechización chuchista de uno de los peerredes, para la confabulación a plena luz del día, con la ultraderecha yunquista.
Quiere Calderón, más que enfrentar al Partido Revolucionario Institucional para eventuales derrotas en las elecciones de julio próximo, vísperas de la presidencial que el PAN-calderonista tiene de antemano perdida, quitarse de encima a López Obrador y su movimiento social, metiendo la cizaña entre los propios compañeros de viaje del tabasqueño. Quiere lo imposible: quitarse el mecate con el que lo traen cortito. Y de paso asustar a los priistas que ya le tienen tomada la medida, al dejarlo solo, a la deriva, por traidor a la colaboración que le prestaron para su toma de posesión, que de otra manera no se hubiera llevado a cabo.
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El saqueo de Pemex desde Los Pinos, editorial Grijalbo). Ese desmadre de Calderón sólo lleva como finalidad acabar con el Partido de la Revolución Democrática (PRD) al costo de suicidar al Partido Acción Nacional (PAN), para satisfacer la nostalgia victorianohuertista de quien resultó un presidente más del montón, que sigue sin atinar a resolver uno sólo de los problemas que es su obligación, con sus palos de ciego, por miopía política, que ha venido dando hasta en su necedad de sacar a los militares del cuartel y haberle dado a su amigo García Luna (y Luis Cárdenas) el poder inmenso de una policía federal que, con los soldados, únicamente han tenido éxito en agresiones que llegan a homicidios contra los ciudadanos que nada deben en la lucha contra el narcotráfico.
Ha desmadrado, pues, a esos dos partidos. Desmadrar, en el sentido peyorativo del modo de hablar del español mexicano, más que en el significado, por ejemplo, del diccionario de María Moliner. Ni tampoco en los términos estrictos de desmadreado y desmadrear, del Diccionario de Mejicanismos de Francisco J Santamaría. Calderón ha desmadrado al PAN y al PRD en cuanto ya les partió su madre al desfundarlos de sus orígenes, abjurando de los padres fundadores y de toda su trayectoria-tradición, no para modernizarlos, sino para de una vez por todas meterlos a su respectiva extinción. Ha sido Calderón y nadie más quien ordenó a su títere Nava, el abogado de las transas petroleras y descerebrado políticamente, para que saliera con la “novedad” de las alianzas, si bien ya con la plena derechización chuchista de uno de los peerredes, para la confabulación a plena luz del día, con la ultraderecha yunquista.
Quiere Calderón, más que enfrentar al Partido Revolucionario Institucional para eventuales derrotas en las elecciones de julio próximo, vísperas de la presidencial que el PAN-calderonista tiene de antemano perdida, quitarse de encima a López Obrador y su movimiento social, metiendo la cizaña entre los propios compañeros de viaje del tabasqueño. Quiere lo imposible: quitarse el mecate con el que lo traen cortito. Y de paso asustar a los priistas que ya le tienen tomada la medida, al dejarlo solo, a la deriva, por traidor a la colaboración que le prestaron para su toma de posesión, que de otra manera no se hubiera llevado a cabo.