MÉXICO, D.F., 30 de junio.- 1. Ningún otro escritor de México ha sido como él reconocido por la gente en la calle, escribió recién hace unos días José Emilio Pacheco. Añado: y probablemente ningún otro ha sido más querido por la gente.
Era un amor mutuo. No en vano fue Monsiváis el que le puso a la gente, a lo que se llamaba antes el pueblo, su nuevo nombre. La Sociedad Civil. Él mismo relata cómo entre las ruinas en que el terremoto de 1985 dejó a la Ciudad de México, dos palabras se repetían, aisladas, entre los civiles que paleaban los escombros, alzaban las piedras, jalaban fuera de un agujero un cuerpo, es decir: suplían la ineficacia de las fuerzas del gobierno con sus propias fuerzas. Sociedad, por ahí, Civil, por allá. Y de pronto se juntaron en Sociedad Civil, relata Monsi en No sin nosotros, su crónica de esos días de solidaridad y llanto. Mi sospecha es ésta: donde de pronto se juntaron esas dos palabras fue en la cabeza grande, de pelo blanco arremolinado, de Monsiváis. En todo caso, fue él quién difundió el nuevo nombre, que no sólo suena más digno, sino que lo es. Implica una agrupación consciente de personas, no una reunión impensada, y la coloca dentro de la estructura del Poder, no fuera, como lo hace la palabra gente o la palabra pueblo.
Fue, sí, un amor mutuo. Monsiváis escribía de la gente y abrió su conciencia y sus días a la gente. Salía a buscarla, a la gente en forma de masa, a la gente en forma de marcha política, a la gente en clubes de lectura, a la gente público de conferencias, y también a los individuos que entre la gente le interesaban, porque reconocía en ellos la encarnación de la excelencia o de la originalidad, las únicas dos aristocracias ante las cuales Monsi bajaba la cabeza al extender la mano.
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Era un amor mutuo. No en vano fue Monsiváis el que le puso a la gente, a lo que se llamaba antes el pueblo, su nuevo nombre. La Sociedad Civil. Él mismo relata cómo entre las ruinas en que el terremoto de 1985 dejó a la Ciudad de México, dos palabras se repetían, aisladas, entre los civiles que paleaban los escombros, alzaban las piedras, jalaban fuera de un agujero un cuerpo, es decir: suplían la ineficacia de las fuerzas del gobierno con sus propias fuerzas. Sociedad, por ahí, Civil, por allá. Y de pronto se juntaron en Sociedad Civil, relata Monsi en No sin nosotros, su crónica de esos días de solidaridad y llanto. Mi sospecha es ésta: donde de pronto se juntaron esas dos palabras fue en la cabeza grande, de pelo blanco arremolinado, de Monsiváis. En todo caso, fue él quién difundió el nuevo nombre, que no sólo suena más digno, sino que lo es. Implica una agrupación consciente de personas, no una reunión impensada, y la coloca dentro de la estructura del Poder, no fuera, como lo hace la palabra gente o la palabra pueblo.
Fue, sí, un amor mutuo. Monsiváis escribía de la gente y abrió su conciencia y sus días a la gente. Salía a buscarla, a la gente en forma de masa, a la gente en forma de marcha política, a la gente en clubes de lectura, a la gente público de conferencias, y también a los individuos que entre la gente le interesaban, porque reconocía en ellos la encarnación de la excelencia o de la originalidad, las únicas dos aristocracias ante las cuales Monsi bajaba la cabeza al extender la mano.