Han pasado ya diez años del parteaguas que fue la elección presidencial del año 2000, y nos encontramos frente a un escenario que pocos se habrían imaginado.
Las primeras sorpresas se dieron por todo lo que NO sucedió cuando salió el PRI de Los Pinos. Las expectativas generadas en torno al cambio eran tales que ni siquiera hacía falta que el presidente entrante las alimentara, pero lo hizo y con ello puso la mesa para las posteriores desilusiones. Es tarde para lamentarnos por todo lo que no sucedió y todo lo que colectivamente dejamos de hacer como país, pero tal vez es un buen momento para reflexionar acerca de lo que viene ahora.
Las lecciones de la más reciente jornada electoral no tienen desperdicio. Independientemente de las simpatías y antipatías de cada quien, no parece haber mucho que celebrar para la mayoría de los actores involucrados, excepción hecha, por supuesto, de los candidatos ganadores (al menos los no impugnados) y de uno que otro factor de peso extraordinario, como pudiera ser el caso de la lideresa de facto del magisterio y del partido Nueva Alianza, Elba Esther Gordillo.
Los supuestos tres grandes partidos son los principales perdedores. El PRI, por más que intente hacer sumas y restas que demuestren su triunfo, ha perdido a un número muy significativo de futuros votantes, si es que nos basamos en la premisa (o en la añeja práctica) del voto corporativo o inducido en las zonas más pobres o marginadas del país. Salir del palacio de gobierno en Oaxaca y Puebla no solo implica tener dos gobernadores menos de los esperados, sino también perder el acceso a recursos políticos, económicos, sociales y electorales que desde ahora resultarán cruciales para decidir las elecciones presidenciales en el 2012. De las cuatro grandes reservas de votos para esa lid a la que todo ha apostado, el PRI solo conserva Veracruz, a duras penas, y parcialmente a Chiapas. Y al argumento de que perdió tres pero recuperó tres, solo puedo decir que, con todo respeto a cada una de las entidades federativas, no es lo mismo ganar Aguascalientes, Tlaxcala y Zacatecas que perder Oaxaca, Puebla y Sinaloa.
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Las primeras sorpresas se dieron por todo lo que NO sucedió cuando salió el PRI de Los Pinos. Las expectativas generadas en torno al cambio eran tales que ni siquiera hacía falta que el presidente entrante las alimentara, pero lo hizo y con ello puso la mesa para las posteriores desilusiones. Es tarde para lamentarnos por todo lo que no sucedió y todo lo que colectivamente dejamos de hacer como país, pero tal vez es un buen momento para reflexionar acerca de lo que viene ahora.
Las lecciones de la más reciente jornada electoral no tienen desperdicio. Independientemente de las simpatías y antipatías de cada quien, no parece haber mucho que celebrar para la mayoría de los actores involucrados, excepción hecha, por supuesto, de los candidatos ganadores (al menos los no impugnados) y de uno que otro factor de peso extraordinario, como pudiera ser el caso de la lideresa de facto del magisterio y del partido Nueva Alianza, Elba Esther Gordillo.
Los supuestos tres grandes partidos son los principales perdedores. El PRI, por más que intente hacer sumas y restas que demuestren su triunfo, ha perdido a un número muy significativo de futuros votantes, si es que nos basamos en la premisa (o en la añeja práctica) del voto corporativo o inducido en las zonas más pobres o marginadas del país. Salir del palacio de gobierno en Oaxaca y Puebla no solo implica tener dos gobernadores menos de los esperados, sino también perder el acceso a recursos políticos, económicos, sociales y electorales que desde ahora resultarán cruciales para decidir las elecciones presidenciales en el 2012. De las cuatro grandes reservas de votos para esa lid a la que todo ha apostado, el PRI solo conserva Veracruz, a duras penas, y parcialmente a Chiapas. Y al argumento de que perdió tres pero recuperó tres, solo puedo decir que, con todo respeto a cada una de las entidades federativas, no es lo mismo ganar Aguascalientes, Tlaxcala y Zacatecas que perder Oaxaca, Puebla y Sinaloa.