Rolando Cordera Campos
Decretado el resultado
por parte del tribunal electoral, se abrió una pausa que el presidente
electo apenas ha tocado, salvo en desafortunados anuncios en el exterior
sobre cuestiones clave como la del petróleo. Decir que en Pemex
se hará como en Petrobras, para justificar la apertura de la explotación petrolera a la inversión privada es, apenas, una mala ocurrencia que, sin embargo, nos remite a aquello de que
los veneros del petróleo los escrituró el diablo. Pero para hacerle honor al poeta, no es necesario ir tan lejos como Brasilia.
Quien se lanzó a su propio ruedo virtual fue el presidente Calderón.
No contento con los triunfos que le otorgara la reforma política tan
solícitamente aprobada por el Congreso de la Unión, decidió estrenarla y
poner a prueba a la nueva legislatura con una iniciativa de reforma
laboral, cuya congruencia es muy discutible y cuya consistencia le ha
puesto los pelos de punta a más de un sabio jurisconsulto y a no pocos
auténticos hombres de empresa.
Los nuevos encargados de las bancadas priístas en la Cámara y el
Senado, un día sí y otro también hacen actos de fe reformista y, se
supone, de fidelidad a no se sabe qué compromisos de la transición
presidencial. En sus bases, en el Congreso y las organizaciones de masas
que quedan, no parece reinar la conformidad y en los establos del viejo
sindicalismo más bien campea el enojo, cuando no el desencanto.
El estreno de la famosa iniciativa preferente a que los presidentes
tienen derecho merced a la reforma política reciente, puede resultar así
un estreno de opereta y la aprobación del galimatías laboral una
lamentable y pírrica victoria. Mala premier para un teatro de por sí
desvencijado.
La tregua festinada por priístas y panistas, con música de
acompañamiento patronal, es en gran medida una farsa, porque la política
de la confrontación no ha cesado y ahora, con la infortunada iniciativa
laboral, puede ahondarse para tocar relaciones sociales fundamentales.
No es de treguas de lo que está urgido el país, sino de una política que
empiece por revisar su semántica y se atreva a llamar a las cosas por
su nombre.
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