Guillermo Almeyra
No se sabe cuántos
votos obtuvo la candidatura de López Obrador, pues se conoce cuántos le
adjudicaron pero no los millones que le robaron. De todos modos,
conservadoramente, logró más de 16 millones y superó con creces un
tercio del electorado. Esto demuestra que existe una fuerza –electoral–
de centroizquierda que se mantiene desde hace muchos años, a pesar del
lastre permanente representado por el sabotaje y las políticas de la
dirección de sus
aliados, como los
chuchos, que controlan el PRD. Los votos obtenidos por AMLO asumen aún mayor importancia porque las elecciones se realizaron en uno de los peores momentos de la historia social de México, con el campo despoblado y crecientemente envejecido por la emigración, con las sucesivos golpes sufridos por los mineros y por los electricistas del SME, con el terrorismo de Estado y la barbarie del narcotráfico que reducen brutalmente los espacios organizativos y democráticos para la resistencia popular.
Es cierto que los votos son sólo votos y que el país sigue siendo
conservador, pues dos tercios no votaron, vendieron su voto al PRI o
votaron voluntariamente por la derecha, a pesar de todas las infamias
del PRI, el PAN y sus aliados. También lo es que una parte importante de
los sufragios de López Obrador fueron votos clientelares y
conservadores obtenidos por gente que, en los partidos que dieron su
registro a AMLO, no sólo no lo apoyan sino que le temen. Pero queda el
hecho de que más de 15 millones de mexicanos intentaron nuevamente
imponer un cambio a la vida política del país, aunque fuera utilizando
las urnas y siguiendo las propuestas de López Obrador.
Como era previsible, las direcciones del PRD y de los otros partidos
de la coalición obradorista decidieron gozar de sus curules y puestos
conseguidos a la rastra de AMLO y otorgados por los organizadores del
fraude, y AMLO decidió, por su cuenta, separarse de ellos y, también por
decisión propia, transformar a
Morena en un partido pluriclasista y
orientado esencialmente hacia las elecciones. O sea, un PRD bis, quizás
algo más limpio en su funcionamiento interno y algo menos integrado en
el establishment. De aquí a diciembre centrará todos sus
esfuerzos en la construcción de esa maquinaria electoral, en la
elaboración de sus estatutos y programa y en la selección de sus
dirigentes. Sin duda es necesario dar continuidad y extender la
resistencia de #YoSoy132 y de los indígenas, trabajadores y campesinos, y
organizar la ira popular, pero esa debe ser tarea –como plantea la
Organización Política de los Trabajadores (OPT), que tiene como eje al
SME y otros sindicatos– de un instrumento de lucha de los trabajadores
plural y democrático, y capaz de aliarse con los movimientos sociales y
de lucha democrática, y no de un partido del sistema y del régimen que
tenga en su seno a los Camacho, Ebrard, Núñez, Gracos…
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