Víctor M. Quintana S.
Mal termina el sexenio del juvenicidio, el
 de los 7 millones de jóvenes excluidos del estudio y del empleo, cuando
 mal comienza el nuevo sexenio criminalizando, golpeando, encarcelando 
precisamente a los jóvenes que manifiestan su indignación por toda la 
cauda de agravios sufridos, incluyendo ahora el de un gobierno impuesto 
por el dinero.
El haz es el Pacto por México firmado allá en las alturas, donde 
apenas llega o se acalla el rumor de las inconformidades. El envés es la
 batalla de la Alameda, los jóvenes golpeados, detenidos, consignados en
 el Distrito Federal y en Guadalajara. Arriba se imponen los pactos; 
abajo, los impactos.
Mientras cunde la euforia por el acuerdo cupular, queda muy claro que
 al mismo tiempo que incluye, excluye. Quienes se incluyeron se sienten 
con el derecho de arremeter contra quienes no quieren o ni siquiera son 
tomados en cuenta para incluirse. Así, el inicio represor en las calles 
de la ciudad de México alienta opciones autoritarias por varios lados: 
envalentonado por la hegemonía priísta y el despliegue policiaco de 
fuerza, el gobernador de Chihuahua, César Duarte Jáquez, lanza la 
iniciativa de instaurar la pena de muerte para el secuestro agravado 
ahora que se van a unificar los códigos penales de todo el país. En 
Morelos, gobernado por uno de los gobernadores pactistas, la policía 
estatal detiene a cuatro dirigentes de la comunidad de Jaltetelco que se
 oponen al proyecto del paso de un gasoducto. En las cámaras avanzan las
 iniciativas de reforma a la Ley Agraria y a la Ley de Administración 
Pública Federal que desmantelan el entramado institucional que protege 
la propiedad de ejidos y comunidades y abren la vía para la apropiación 
de sus territorios y recursos naturales por compañías mineras, 
turísticas, de energías renovables o inmobiliarias. Reformas legales 
profilácticas para que no cundan los atencos, benitojuárez, zautlas, 
etcétera.
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