Jesús González Schmal
Lo que parecería más lógico y conveniente, que la inversión extranjera en México fuese de origen ibérico, está resultando el mayor riesgo para el presente y futuro del país. El viaje de Calderón a España evidencia el cruce de intereses que no sólo implican lo puramente económico, sino que entrañan acuerdos políticos de larga duración y hasta complicidades y encubrimientos en transferencias financieras poco claras.
Siempre se ha dicho contra el dogma de los neoliberales (el capital de donde venga y como venga es bien recibido) que la inversión extranjera tiene dos filos. Es evidente que es positiva si es complementaria a la nacional, aporta tecnología y cumple rigurosamente las leyes nacionales, aceptando plenamente su responsabilidad social y el respeto al ambiente. Es, en cambio, perjudicial y nociva si promueve o anda a la caza de privatizaciones para hacerse del patrimonio nacional a precio de ganga y si su finalidad es coludirse con los poderes políticos para intervenir en decisiones y estrategias en apoyo a éstos, así como especular y constituirse en poder de facto para generar riqueza exportable o dominar sectores económicos nacionales para controlar a posibles competidores en su país de origen.
Es esta valoración lo que nos hace concluir que la avalancha de capitalistas españoles capitaneados por el ex presidente José María Aznar, de la más recalcitrante derecha peninsular, ideológica y estratégicamente afín al neoconservadurismo de Bush, constituye ya un obstáculo para el desarrollo económico sano y equitativo para México y, desde luego, compromete a la política exterior del país al implicarlo en una línea internacional de derechización de América Latina con el trío PAN-Fox, Miami, ODCA-Espino, que se aprestan a seguir el ataque contra los regímenes de izquierda y progresistas del continente para asegurar el predominio español y garantizar el blanqueo de recursos en los negocios de ultramar.
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