Marcos Roitman Rosenmann
Recibido con los honores de jefe de Estado, en medio de un paro patronal de camioneros, el presidente de México trae un mensaje diáfano a los empresarios españoles. La relación capital-trabajo es favorable para quienes deseen invertir en un espacio abierto, seguro y rentable. México está en venta. Así expone sus argumentos: lucha contra el narcotráfico, la corrupción, la inseguridad jurídica y el crimen organizado son los mejores signos de una economía saneada y de un orden político que apuesta por ser competitivo. La guinda del pastel: el proceso de desnacionalización de las riquezas básicas, así lo anuncia en un programa de televisión: Los desayunos de TVE. En definitiva, no habrá obstáculos a las inversiones de España en infraestructuras. La periodista, muy sonriente y pro Calderón, para dejar claro las distancias entre la incertidumbre del populismo y la seriedad del gobierno del PAN, pregunta de forma irónica: México privatiza, en tanto Venezuela, Argentina, Ecuador o Bolivia nacionaliza, ¿eso da seguridad a los empresarios españoles? ¿Trasladará las inversiones a su país? Calderón deja entrever cuál es el futuro: abrir el país a las trasnacionales ibéricas para llevar a cabo sus pingües negocios. Todo ello en medio de la pérdida de soberanía y autodeterminación.
Sin embargo, para ese proyecto pueril es necesario convencer a los interlocutores del grado de sumisión de las nuevas autoridades a los designios del poder económico español. Endesa, Santander, Iberdrola, Construcciones y Contratas, Repsol. En España Felipe Calderón se comporta como un cipayo. Por este motivo es bien tratado en el círculo de empresarios. Carlos Slim había preparado el terreno con anterioridad, viajando y entrevistándose con empresarios y la CEOE. Felipe González allanó igualmente el terreno con el gobierno. Mientras tanto, su séquito aprovecha para elogiar el modelo neoliberal en crisis desde hace mas de una década, atiborrándose de compras y consumiendo hasta la extenuación y relacionándose con el Partido Popular.
Cada vez, la nueva derecha mexicana se parece más a la vieja oligarquía del siglo XIX, cuya única preocupación era la ostentación, el lujo y el despilfarro, además de vivir de las rentas y los beneficios obtenidos de administrar los intereses de las compañías extranjeras a las cuales vendía su alma. Ahora quieren revivir esa sociedad bajo las nuevas condiciones tecnológicas del siglo XXI. Exclusión, sobrexplotación, trabajo infantil, informalidad y maquila. Sólo así pueden extremar los beneficios y las desigualdades. Ellos, los nuevos plutócratas, sueñan con trasladar el mito del capitalismo salvaje del consumo de masas, aunque nunca han pasado hambre, ni penurias, levantan el neocolonialismo, asesinando a los pueblos indígenas. Se comportan como vendepatrias. Lo cierto es que desde hace ya tiempo no tienen concepto de país.
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