jueves, 26 de junio de 2008

Se prohíbe ser legítimo

Por Gerardo Fernández Casanova

“Que el fraude electoral jamás se olvide”

El Consejo del Instituto Federal Electoral dio cabida a una protesta del PAN, relativa al uso del título de “Presidente Legítimo” con que la Convención Nacional Democrática invistió a Andrés Manuel López Obrador, habida cuenta de la ilegitimidad del gobierno surgido del fraude electoral. En su resolutivo el referido Consejo prohibió a los partidos del Frente Amplio Progresista aplicar tal título, por lo menos en las cápsulas promocionales que emplean los tiempos oficiales, con lo que los atildados panistas se sienten muy orondos. El asunto es relevante, no tanto por la prohibición misma, sino por lo que manifiesta: el pánico de los conspicuos miembros de la burbuja que dice gobernar, ante la fuerza de la movilización popular lopezobradorista. Pretendieron desconocerla y dieron por agotado el capital político de AMLO, cayeron en el error de tomar en serio las consignas de sus aduladores y merolicos mediáticos; no aprendieron la lección del desafuero y, afortunadamente, contribuyen con sus diatribas a engrandecer a quien pretenden minimizar. Me parece perfecto.

La desgracia es que el país está pagando muy cara la ilegitimidad del gobierno formal; la irresponsabilidad criminal de quien cometió fraude para hacerse de la Presidencia “haiga sido como haiga sido”. Apostaron a la desmemoria popular y a legitimarse por el acto de gobernar. El caso es que el fraude no se olvida y los actos de gobierno, todos antipopulares, lo traen a la memoria constantemente. La realidad cotidiana hace evidentes las mentiras, por más que las repitan por radio y televisión. La gente no necesita mucha ciencia política para explicarse la penuria de su bolsillo o el reclamo de comida de sus hijos; ni siquiera el Mago Merlín podría hacer desaparecer la responsabilidad del gobierno de Calderón (suyo de él) como causante de la crisis. Hasta los acostumbrados panegiristas de sesuda y expensada pluma comienzan a tomar distancia; no pueden negar la carestía y, por mucho que quisieran, no pueden ocultar la inanidad de la operación gubernamental para resolverla. Los apoyadores de la privatización petrolera, otrora enrolados en la propaganda del tesorito, muestran insuficiencia argumental a la luz, más que clara, de las razones expuestas por quienes la rechazan en los debates del Senado. El barquito de Calderón hace agua y anuncia naufragio.

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