Luis Linares Zapata
Sin hacer concesión alguna a las pesadas razones esgrimidas durante el debate petrolero, tanto el gobierno federal como sus partidarios se han topado, de frente, con una imagen contraria a sus afanes. Los panistas muestran, sin recato, las carencias y torpes despliegues argumentativos que ya los describen de cuerpo entero ante la ciudadanía. Con enorme menosprecio de la cerrada oposición nacionalista, el PAN, en voz de sus dirigentes coléricos, se lanzan a catalizar sus fundamentalismos torpemente revestidos de modernidad. En realidad, sus pulsiones íntimas son autoritarias aunque, en su discurso, las trastocan en lo que, sostienen, es una misión a futuro a la cual, sin embargo, pocos les creen. No darán un paso lateral, menos aún iniciarán un ingenioso o táctico retroceso. Irán, directo, a conseguir unos cuantos votos priístas para aprobar, tal como las enviaron al Congreso, sus reformas a Pemex.
Martínez, el acólito mayor panista, tonsurado desde su prometedora infancia, se erige a sí mismo como un demandante de groseras voluntades afines, envueltas en el celofán, ya muy gastado, de un bien común por completo divorciado del pueblo raso. Enroscados en su cofradía de seguidores apenas distinguen los rechazos que se les avecinan. Inauguran, sin dejos de titubeo, el propósito, altisonante, de conquistar las simpatías populares. Cuentan, antes que toda oferta atractiva o solidaria con las penas y esperanzas del electorado, con el aparato y los programas de la Secretaría de Desarrollo Social. Sin ella, la profundidad de la derrota panista sería catastrófica.
Leer Nota AQUI