Palenque
Julio POMAR
A ver ahora con qué cara salen los panistas después de su escandalera por la tragedia en el “antro” News Divine, en la cual pretendían que fueran depuestos en masa todos los funcionarios del Gobierno de la Ciudad de México, Marcelo Ebrad incluido.
Por sus vociferaciones, manejadas en gran parte por Internet, veían llegado su triunfo, o cuando menos que habían adquirido un “as” bajo la manga para —¡hasta dónde llega la mezquindad política ante una tragedia en la que se perdieron vidas de jóvenes!— conquistar la Ciudad de México en las elecciones intermedias del 2009.
Es una ciudad que si bien congrega a muchos panistas clasemedieros y uno que otro desbalagado obrero o trabajador, lo cual los pone rabiosos porque el “peladaje” obradorista no vota por ellos, ahora se relamían de gusto por este descalabro “perredista”, suponiendo que en el futuro inmediato podrían remontar las votaciones adversas que desde siempre han tenido, y seguirán teniendo, en la capital del país, ya que el PAN, de derecha, no ha llegado a constituir ni siquiera una minoría verdaderamente significativa en las votaciones locales del Distrito Federal, asiento de los poderes públicos federales. Donde la fantasmagórica suposición es doble: si tenemos, dicen los panistas, la Presidencia, debemos tener el Gobierno Capitalino, por eso de que en el DF están los poderes federales. O si no logramos este objetivo, la pretensión es impedir que la amplia izquierda (PRD, obradoristas y partidos aliados) siga gobernando la demarcación más importante del país, para así cercenar sus eventuales posibilidades hacia las elecciones presidenciales del 2012.
Más allá de tales mezquindades, se trataba de un paso moral y políticamente obligado que renunciaran el jefe de la seguridad capitalina, el ingeniero Joel Ortega Cuevas, y el procurador de la justicia local, el abogado Rodolfo Félix Cárdenas. Son indudablemente unos hechos de importancia para la ciudad y para el país. Pero no tanto por la presunta culpabilidad directa de los renunciantes en la tragedia de aplastamiento que provocó 12 muertes (nueve jovencitos y tres uniformados) sino por el desbarajuste que el trágico incidente descubrió de la desconcertada operación de las policías capitalinas. Si de todos modos bajo la jurisdicción de ambos funcionarios ocurrieron las muertes, la salida lógica a este episodio de la tragediosa crisis eran sus renuncias.
Ambos funcionarios, en este nivel de cosas, sí tuvieron una responsabilidad, que con precisión aún está por definirse, pero es un hecho que el jefe del Gobierno del DF, Marcelo Ebrard, prefirió echar mano al expediente de la renuncia de sus dos colaboradores para salvar responsablemente la obra de gobierno en la capital, que apenas está en sus comienzos. Y ante la tragedia sería mezquino hablar aquí de la obra física, de las construcciones. Se trata de la obra social, política y de justicia que hace ya buen tiempo es una deuda acumulada que las administraciones defeñas tienen hacia los habitantes de la gran ciudad, desde los tiempos del priísmo en que la capital no tenía gobierno autónomo, su gobierno era jurídicamente sólo un “departamento” administrativo del Gobierno Federal y los habitantes éramos ciudadanos de segunda clase ya que en todo el país éramos los únicos que no teníamos la facultad de elegir a nuestros gobernantes locales, lo cual se mantuvo hasta 1997.
En medio de la tragedia, que siempre se habrá de lamentar como absurda tragedia inútil, hay que percibir que el gobernante capitalino operó con frialdad y serenidad en esta crisis de las policías. Primero, fue él quien por primera vez en la historia de la ciudad, le solicitó al ombudsman capitalino, Emilio Alvarez Icaza, que verificase todos los actos relacionados con las investigaciones que emprendiera la Procuraduría de la capital. El resultado fue un informe categórico en el sentido de que la tragedia no fue una simple suma de errores, sino que las policías actuaron como habitualmente lo han hecho: criminalizaron a los jóvenes y los trataron como delincuentes in fraganti. El informe estableció también que fue un desorden mayúsculo de jurisdicciones y competencias en el que operaron esas policías. Y ya el cuerpo social capitalino está harto de esos desbarajustes, a los cuales debe ponerse fin.
Este dictamen del ombudsman le permitió al jefe de Gobierno operar esas renuncias de funcionarios, para no ser arbitrario con sus colaboradores, ni parecerlo, más allá de las responsabilidades tangibles sobrevenidas. El comportamiento animal, instintivo, de las policías debe ser, primero, sofrenado, e inmediatamente después, solucionado a fondo. Y si para eso han de servir las renuncias, bienvenidas.
Los panistas han guardado súbito silencio ante este giro de los acontecimientos. Esperaban el empecinamiento de Ebrard para seguirle atizando trancazos mediáticos. Y no lo tuvieron. Así que hoy se los percibe, en su arrogancia siempre típica, refundidos en la frustración, no contentos a pesar de que su primera pretensión, la renuncia de esos dos funcionarios, se les cumplió pero con eso se desbarató la ulterior pretensión de la renuncia en masa del Gobierno Capitalino. Pero no tuvieron un mezquino “plan B” para esta contingencia, lo cual demuestra que si los panistas estuvieron en el pasado reciente como “cacha-votos” de descontentos del PRI, sin real propuesta propia, ahora “elevaron” la mira y estuvieron como “caza-tragedias”. Que la mezquindad les aproveche.
Tribuna Campeche Sección Editorial
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