Por Jorge Lara Rivera
En la más cruda expresión de su naturaleza, aprovechando el ambiente convulso y la confusión generalizada que por estos días la crisis social de credibilidad ocasiona, el Clero mexicano regresa a las andadas.
Sus exitosas intromisiones en política lo han envalentonado. Todavía está fresco el recuerdo del unilateral e ilegal secuestro que realizó del edificio histórico de la Catedral metropolitana y la suspensión del culto, por varios días, durante la disputa que sostuvo con el perredismo mitinero (o mitotero, que para el caso es lo mismo).
De ese delito salió impune y victorioso gracias, en gran medida, a la mochería sectarista en la Secretaría de Gobernación, entonces a cargo de Ramírez Acuña. Vendría luego una serie de pronunciamientos injerencistas a favor de la reforma privatizadora de PEMEX en apoyo del gobierno panista, y otros, en contra de la despenalización del aborto y acerca de la enseñanza de la sexualidad en las escuelas públicas, así como la promoción de las capellanías militares “para prestar auxilio espiritual” a los soldados.
Por estos días, de modo inopinado, el clero católico festina que hay un reaccionario rancio entre los ministros de la Suprema (Corte de ¿Justicia?) y busca presionar a ese cuerpo colegiado para que revierta la decisión democrática de la Asamblea de Representantes del Distrito Federal por la cual, hace un año aproximadamente, se despenalizó el aborto bajo ciertas circunstancias allí.
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