En concreto
Laura Itzel Castillo
El 23 de agosto se cumplen 80 años del nacimiento de Heberto Castillo Martínez. Su nombre, en la actualidad, quizá sólo represente la denominación de cierta vialidad, auditorio o tal vez escuela, sobre todo para quienes son muy jóvenes. Sin embargo, para algunos mexicanos y mexicanas Heberto sigue siendo un referente ético en el quehacer político de izquierda.
En su largo andar por la República, con la Constitución bajo el brazo, repetía que su brújula inseparable en el quehacer científico y político era optar siempre por la verdad. En la introducción del libro titulado Si te agarran te van a matar, señalaba: “Caminar tras la verdad y querer alcanzarla suele ser una empresa utópica. La verdad no existe, dicen algunos. Cada quien tiene la suya, afirman otros. ¿Cuál verdad buscamos?, la de todos. La que se integra”.
Decir la verdad implica tener un gran valor. Uno de los relatos de ese libro, bajo el título de Mejor la verdad, ejemplifica el temple de este ilustre mexicano.
Al inicio de su actividad profesional como ingeniero, en la década de los 60, la construcción de una techumbre en el club Asturiano, lo enfrentó primero a la envidia y el celo de sus colegas (quienes lo trataban de relegar como participante del proyecto) y después a la cobardía. Una vez que se colapsara la delgada estructura, en una reunión con los dueños, los colegas que en un principio se adjudicaban la autoría, uno a uno, lo fueron convirtiendo solo a él en el responsable de la falla.
Heberto respondió: “Ustedes han escuchado ya muchas razones técnicas, contractuales, de la manera en que fue hecha esta estructura. Yo tengo poco qué decir aunque podría contarles, aquí, por ejemplo, que la afluencia plástica del hormigón empleado, no coincidió con la afluencia elástica del acero importado que debe emplearse en los tensores y otras tonterías por el estilo. Pero después de escuchar a quienes construyeron el cascarón, no tengo otra cosa que decirles que ustedes firmaron un contrato para el cálculo de la estructura con alguien que aspira a ser algo más que ingeniero, que aspira a ser hombre. Estoy a sus órdenes, soy el único responsable de la estructura. Ustedes me dirán cómo debo pagarles”.
La reacción fue sorprendente. El abogado de la empresa se dirigió a sus representados y les dijo: “Permitan que me retire. Nada tengo qué hacer frente a un hombre como el ingeniero Castillo. Sólo decirle que me honra conocerle”. Luego, uno a uno de los involucrados en la construcción propuso contribuir económicamente para resolver el problema. Y terminaron brindando con el joven profesionista.
De ejemplos como ese estuvo llena la vida de mi padre. ¿Quién puede olvidar aquella manta, cuando anunció su declinación a la candidatura del PMS a la Presidencia de la República a favor de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988? La recuerdo con nitidez: “Qué chingón eres, Heberto”.
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