Por María Teresa Jardí
Leo, sin asombro, porque suele suceder cuando a las personas un evento nos asusta, que la demanda va de la pena de muerte a la castración, pasando por la justificación de la tortura y el encierro de por vida de personas inocentes. Porque aunque no causen asombro las peticiones, que no me digan que alguien cree, a estas alturas, que las cárceles mexicanas no se encuentran habitadas simplemente por aquellos que no tienen el dinero para comprar, en el mejor de los casos, a la justicia. Hoy, en el más común de los casos, las cárceles están pobladas en México por los que no tienen para comprar impunidad, aliada de la corrupción que impera desde la cabeza usurpada por un partido político del gusto de los a modo del sistema.
Partido que en el pasado se vendía como el promotor del bien común y como el de la apuesta a la transición democrática. Pero al que le bastaron seis años en el gobierno federal para descarase como integrado por hombres y mujeres impresentables y aún, más corruptos que los que les antecedieron en el poder. Partido al que le han bastado sumar dos años más de usurpación federal para propiciar ejércitos sicarios integrados por ex militares y también por kaiblies que mandan mensajes cortando cabezas. Ocho años para convertir al país en irredento y unos cuantos más de gobiernos locales para, incluso, convertir a los policías en el día que como Zetas fungen por la noche en torturadores.
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