lunes, 29 de septiembre de 2008

Bucareli

Jacobo Zabludovsky

La elefanta y el tigre

Si en lugar de una elefanta loca escapa del circo Unión un tigre hambriento y se zampa algunos miembros del gabinete presidencial, no nos daríamos cuenta de su ausencia (la de los miembros del gabinete, no la del tigre hambriento) hasta pasados algunos días, quizá semanas, meses o años. Tal vez nunca.

Cuando el actual gobierno está en vísperas de completar la tercera parte de su sexenio, algunos secretarios de Estado son totalmente desconocidos para los ciudadanos que pagamos sus salarios. No que ignoremos lo que hacen, sería demasiado pedir que penetremos esos misterios si ni siquiera sabemos sus nombres. Son los que han tenido la inteligencia de permanecer siempre callados, no destacar en las fotos, alejarse del mundanal ruido y existir como un aire suave de pausados giros. Son los que podrían alimentar al tigre sin dejar hueco, integrantes del grupo de secretarios que contrasta con quienes hablan desde el primer día y no han dejado de hablar hasta hoy.

El gabinete está dividido, como la historia del cine, en mudo y sonoro. Aunque algunos ceden a la tentación y transitan de una época a la otra sin motivo aparente. Es el caso de Salvador Vega, secretario de la Función Pública, tan silencioso que sorprendió al lanzarse a opinar sobre la calificación de Transparencia Internacional, que el miércoles ubicó a México entre los países más corruptos del mundo. “La calificación tiene más de 10 años, dijo resignado o satisfecho, prácticamente en el mismo nivel, no se ha movido. Tenemos un problema, me parece que tenemos que cambiar, llevamos más de medio año cambiando…”. Uno se pregunta en qué se fue el otro año y medio.

Entre los más destacados del sector sonoro están los secretarios de Gobernación y Seguridad y el procurador general de la República. Comparecieron, así se dice, ante los diputados para la glosa, también así se dice, del peculiar informe presidencial. Jornada cívica milagrosa porque a las preguntas de los diputados contestaron leyendo respuestas que llevaban escritas. Ellos, dados a declarar a la menor provocación, se ajustaron a los textos, con resultados tan espectaculares en el ánimo del pueblo ansioso de escucharlos que la Cámara de Diputados en votación unánime decidió no repetir el numerito. Cómo habrá sido la cosa que hasta los diputados se apenaron.
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