A fuerza de ostentar impunemente su mediocridad escandalosa, algunos sedicentes “periodistas” cobran (cara) su mansedumbre cómplice para hacer rentable el secuestro de las oligarquías mass media contra los espacios para la comunicación pública. Salvaguardados por concesiones o permisos, legalitos e ilegítimos a todas luces, usan un espacio público que no les pertenece. Cantan a grito pelado la desfachatez de su insolencia disfrazada de noticia, para regodearse en el chiquero de un “periodismo” mercenario que hace pasar por señoritos de la “objetividad” a unos cuantos vocingleros genuflexos especialistas en degenerar la realidad y criminalizar las luchas sociales. Los hemos visto hasta el hartazgo.
Ese show de los noticieros matutinos quiere asustarnos y desesperanzarnos. Nos quieren infestados de angustia, infelicidad, miedo; quieren que anide en nuestra inteligencia un dios degenerado que vende su pontificado de calumnias como “noticias” para estar “actualizado”. Dicen ser “periodistas”, “comunicólogos”, esos lebreles entrenados para recoger la presa “informativa”, adiestrados para traducirlo todo al lenguaje de sus amos, entrenados incluso en universidades y claustros de alta alienación para ahogar la verdad en saliva mercenaria.
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