Luis Linares Zapata
Las predicciones de analistas y personeros interesados han ido condicionando las expectativas de resultados con vistas a las elecciones federales y estatales venideras. Varias son las ilusiones pasadas como hechos evidentes a golpes de encuestas y cansinas repeticiones. La central asegura la recomposición del PRI, el instituto que ganará la mayoría en el Congreso y las gubernaturas. Las laterales hablan de las caídas o castigos que sufrirán tanto el PAN, por sus deficientes gobiernos; como el PRD (o la izquierda) por su divisionismo e incapacidad para resolver con legítima normalidad sus luchas internas. Una tercera suposición pasada como realidad activa es la que pronostica la desaparición de los partidos pequeños. Una constante perseguida con empeño y poca efectividad por los grandes agrupamientos (PRI, PAN y PRD), pero que presenta vacíos por donde se van colando las coaliciones.
Lo viejo y caduco de los sistemas organizativos imperantes no parece tener como horizonte asequible la transformación de la estructura básica de la vida nacional. Al contrario, la decisión de continuidad se impone a dolorosos látigos. No importa el costo a pagar, siempre y cuando se cargue sobre los hombros y oportunidades de los adoloridos de siempre. Muy a pesar de las debilidades del aparato productivo del país, del surgimiento de una conciencia individual y colectiva de dimensiones millonarias que pugna por una mayor independencia, de la postración y el deterioro de la nación, de la cerrazón de los horizontes de progreso para las mayorías o del decadente lugar que se ocupa en el concierto mundial, las elites decisorias mexicanas se empeñan en preservar y aumentar sus privilegios. Tratan, a golpes televisivos –su arma postrera–, de imponer candidatos y rutas a seguir, así como prolongarse en un tiempo que desean eterno.
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