Mientras pienso en mi nuevo sobrino sin nombre (mientras se deciden, te llamaré Viernes) que es un prodigio desatado al que le dedico estas líneas que ni le van ni le vienen pero que un día juzgará con una sonrisa, pienso en que esto de la política nacional es un desastre. Quizá sea la sobredosis de posadas, pero están pasando cosas muy extrañas, aunque no interesantes.
Ya desprovisto de esas guayaberas que lo hacían ver como una mala imitación de Gualberto Castro, Calderón reaparece para declarar algo desconcertante en respuesta a la única propuesta sensata que ha emanado de don Burrén Aguilar, buscar la negociación con el narco: que antes de él no se hacía una real lucha contra el narcotráfico y que sus antecesores sólo capotearon burocráticamente al enemigo. No sé si darle de escobazos al panal del narco se le pueda llamar una auténtica lucha frontal contra los cárteles, pero me parece un poco audaz señalar con índice de fuego hacia antiguas administraciones por negociar con los malos de malolandia para mantener una paz más o menos ficticia. Un cierto tipo de paz que, vistos los cinco mil caídos en la batalla, no nos vendría mal en este momento. Digo, hasta en Medio Oriente, donde no se hacen con jaladas, hay tregua en esta época del año para que los peces en el río beban, beban y vuelvan a beber.
Por lo menos deberían de instituir un Hoy no circula para las matazones.
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