Carlos Monsiváis
Notas de la semana
El Zócalo, prácticamente vacío. La Plaza Mayor, sitio de tantos encuentros amorosos y de tantos resentimientos coaligados, se halla al borde de la extinción demográfica.
Nadie acude, nadie quiere dejarse ver. Ya tomó posesión el nuevo presidente, pero lo hizo en un Congreso con legisladores con máscaras, ujieres con máscara, fuerzas de seguridad enmascaradas. ¿Por qué? Porque, esta respuesta acude sola, nadie quiere comprometer su porvenir retratándose con el recién electo primer mandatario, de quien se dice por todos lados (iba a poner urbi et orbi, ¿pero quién entiende los latinajos a estas alturas del internet?) que muy probablemente pertenezca al cártel de Las Lomas-Reynosa. Así es, un Congreso sin rostro culpabilizable, un Zócalo colmado de los fantasmas de entusiasmos desvanecidos, un miedo a que los levantones sustituyan a las agonías… ¿Cómo empezó este drama o este carnaval de las sustituciones?
Explicación pertinente sobre el escenario de 2012
A Casandra nadie le creyó aunque decía puntualmente la verdad, y tal vez por eso nadie le hizo caso. ¿A quién le importa lo cierto si con decirlo no consigue boletos para un show de Madonna? Pero el 18 de febrero de 2009, en W-Radio, el secretario de Economía, Gerardo Ruiz Mateos, emitió declaraciones dirigidas a la quijada de la conciencia, allí donde se produce el nocaut espiritual. Dijo el funcionario y profeta: “La lógica del ataque del gobierno en materia del narcotráfico es porque el narcotráfico se había hecho un Estado dentro del Estado”.
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