Carlos Monsiváis
El 5 y el 6 de agosto de 1945 se lanzan dos bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.
Por lo pronto, el horror generalizado, las fotos disponibles y la emergencia del hongo en el imaginario internacional, unidos al estrépito de la Segunda Guerra, ahogan el rechazo de este procedimiento. Tarda un año el primer gran reportaje sobre lo acontecido, del periodista John Hersey, al que el semanario New Yorker le dedica el número entero, sin columnas ni caricaturas.
Según el reportero Steve Rothman (en 1997), Hiroshima no es el primer trabajo sobre el etnocidio. Ya en 1946 la revista Collier’s publica un primer exposé, sobre el estallido y sus consecuencias atroces. Sin embargo, ni las revelaciones previas ni el notable reportaje de Hersey provocan una respuesta masiva, no se admiten leyes, y lo casi seguro es que el texto no tiene un impacto específico en la estrategia militar o política exterior de EU.
Sesenta años más tarde, las atrocidades del Ejército estadounidense en Abu-Ghraib y Guantánamo sí generan una respuesta internacional de gran magnitud. Los acontecimientos no son de modo alguno comparables, pero en ese lapso se ha desarrollado con fuerza la noción de los derechos humanos, y el rechazo a la barbarie es lo que señala la diferencia.
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