Rolando Cordera Campos
O como se quiera seguir: en aquel paraje que inspirara a Thomas Mann y que luego fuera conocido como el Versalles nevado al que acudían cada año los amos del universo, Calderón asistió a las honras fúnebres del capitalismo desregulado y hoy descarrilado, con su guitarra al hombro y sus nostalgias por delante para “vender” México, como dijera una enjundiosa exegeta de sus glorias pasadas. Más que caciques de la alta finanza, el chocolate mexicano calentó a hombres de las nieves que cargan consigo la amenaza de un largo invierno no nuclear pero sí devastador, que en sus primeras lanzadas provocó la implosión de Wall Street y la City londinense y ahora sumerge al mundo en la recesión más larga y profunda de su historia reciente, la que arrancó con la fe de que “aquello”, la gran depresión de los años treinta que desembocó en la Segunda Guerra, no tenía por qué repetirse. Veremos.
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