La enajenación que causa la tele es, junto con los discursos de Germán Martínez, la crisis económica mundial, el agujero en la capa de ozono, la gripe porcina mexicana que no es porcina ni mexicana –en una de ésas nos salen con que tampoco es gripe–, los pleitos de siempre en Oriente Medio o cualquier estupidez que suelte un ex presidente mexicano –o sin el “ex”– para ver si sus dichos todavía nos conmueven… uno de los grandes males colectivos de nuestro tiempo. Pero esta columna, siempre atenta al feliz y saludable devenir en las vidas de sus lectores, propone algunas estrategias con que evitar la tan fea y tan moderna enfermedad social de quedar convertido en ese muerto vivo que compra tonitos para su celular; ese zombi contemporáneo consumidor de comida chatarra, bebidas chatarra y televisión chatarra; ese cadáver que respira y compra por televisión máquinas de ejercicio para inmediatamente embodegarlas debajo de la cama, o extractores de jugos para prepararse medias de seda y piñas coladas y regalarse una bonita diabetes mellitus; ese pobre fiambre cuyo intelecto queda reducido a dispositivo que registra solamente goles mediocres o chichis de silicona: el televidente. Van pues hasta donde aguanten los 4 mil 500 caracteres con espacios con que usualmente se ve encorsetada, por la crueldad rigorista de los editores feudales de estas páginas, la desbordada y fértil creatividad del sumeteclas…
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