Álvaro Cueva
Yo ya no sé qué me da más miedo: si el hecho de que Televisa esté trabajando en alianza con el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) o que Emilio Azcárraga y Elba Esther Gordillo hayan interrumpido la señal de Televisa para anunciárselo al mundo entero.
Aquello fue demasiado impresionante. Déjeme le explico para que entienda la magnitud de nota de la que le estoy hablando: el nivel de poder que Televisa ha alcanzado en los últimos años se ha vuelto inmenso, preocupante.
Inmenso porque, aunque tiene competencia, es como si no la tuviera, y porque su influencia es tan grande que rebasa el ámbito de la comunicación.
Preocupante porque cuando una empresa impacta de semejante manera, rompe el equilibrio de fuerzas y ejerce otro tipo de presiones.
A este punto súmele ese peculiar argumento que a la gente de Televisa le gusta utilizar a manera de mecanismo de defensa en conferencias y encuentros universitarios: la televisión no educa.
Pues no educará, pero a través de la televisión millones de personas aprenden a comportarse, a hablar, a sentir, a vestir y a decidir, entre muchas cosas más.
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