Epigmenio Carlos Ibarra
Cuando escucho y leo los argumentos de muchos de los intelectuales que promueven la anulación del voto en los próximos comicios intermedios, no puedo dejar de pensar en aquella otra tan bien intencionada como lamentable iniciativa: el voto útil. Como lo que sucedió en aquel entonces mucho me temo que hoy, lo que aparenta ser una buena medida, resultado de un razonable y comprensible hartazgo ante la ineptitud de nuestra clase política, terminará por conducirnos a otro descalabro histórico.
En el 2000 y con el pretexto de apresurar y asegurar la transición democrática muchos electores con las mejores intenciones apostaron, más allá de los principios y de toda consideración programática, a quien, con estridencia, prometía sacar al PRI de Los Pinos.
Muchos dentro de la propia izquierda electoral y en los sectores más progresistas de la sociedad decidieron, muy pragmáticamente, no entregar el voto al candidato –Cuahutemoc Cárdenas– que representaba esa corriente de pensamiento. Lo importante era ganar, pensaron. El cambio verdadero habría que hacerlo después.
En una sola cosa no se equivocaron quienes quisieron hacer del suyo un “voto útil”: Vicente Fox, en efecto, se alzó con la victoria y sacó al PRI de Los Pinos pero sólo para dejarlo entrar por la puerta trasera y entregarle a los mismos de siempre la conducción económica del país, poner a la nación de rodillas frente a los poderes fácticos y superar, en corrupción y malas mañas, a los más execrables representantes del antiguo régimen.
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