Hay hechos y cosas que sacuden las conciencias, que lastiman, que duelen, que como afilados puñales se clavan en el alma, se aposentan en la memoria y hacen hervir la sangre de enojo y de impotencia. En México, en “nuestra patria”, en este país “al que tanto queremos”, en este lugar del planeta Tierra, de suelo privilegiado, exuberante, rico y pródigo, en el que muchos suelen gritar “¡ Como México no hay dos!” y donde un gobernante “aseguró, entusiasmado por el triunfo de la Selección nacional de futbol, que este puede ser el principio de un nuevo ánimo, de una nueva actitud en el país”... ¡caray!, repito, hierve la sangre ante tal entusiasmo que contrasta con la indiferencia, con la falta de respeto al dolor de los padres y las familias con y la injusticia cometida en el caso de la “guardería” en Hermosillo, Sonora.
Duelen, hieren también el hambre y la miseria de millones de pobres del pueblo. Duele el dolor de las viudas y los huérfanos de soldados caídos —dicen los poderosos— “en cumplimiento del deber”; de un “deber” muy difícil de entender —dice el pueblo—, ya que no hay mandato constitucional para que el Ejército combata al narcotráfico.
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Duelen, hieren también el hambre y la miseria de millones de pobres del pueblo. Duele el dolor de las viudas y los huérfanos de soldados caídos —dicen los poderosos— “en cumplimiento del deber”; de un “deber” muy difícil de entender —dice el pueblo—, ya que no hay mandato constitucional para que el Ejército combata al narcotráfico.